lunes, 16 de septiembre de 2024

Ser radical

Los extremos son malos, el extremismo nunca trae nada bueno, hay que apostar por la centralidad, en el equilibrio está el acierto. He aquí algunas de las perversas máximas que, desde la Transición hasta nuestros días, nos han ido haciendo desembocar en el momento que vivimos en nuestro país. Por lo general, quienes denuestan y demonizan a quienes defienden postulados de izquierdas, quienes los llaman radicales, no suelen ser los ultraderechistas sino más bien los amantes de lo políticamente correcto ¿Y qué es lo políticamente correcto? ¿Apostar porque parezca que las cosas cambien para que todo siga igual, quizás?


Le doy vueltas a este tipo de reflexiones porque de un tiempo a esta parte percibo, entre algunas gentes que me rodean, cierta sensación de alivio, por ejemplo, porque la izquierda que ganó las elecciones en Francia no presida el consejo de ministros, porque el revulsivo que supuso Podemos en nuestro país hayan conseguido desactivarlo, porque la izquierda que ha ganado en Reino Unido sea desesperadamente moderada o porque Trump pierda algún que otro punto en las encuestas frente a Kamala Harris. Todo parece valer merced a la coartada de frenar el avance del fascismo y claro, eso acaba derivando en un conformismo social y político donde no importa que la lucha por los derechos sociales y laborales en el mundo permanezca estancada e incluso, en algunos casos, retroceda de manera alarmante.


Ni el racismo, ni la homofobia o la violencia machista van a desaparecer con las políticas que llevan a cabo quienes gobiernan solo gracias al miedo al fascismo. No avanzarán tampoco en la lucha contra la desigualdad ni contra las injusticias. Partidos políticos como el PSOE o el PP llaman radicales de izquierdas a las formaciones que pelean por sacudirse la tutela de entidades financieras, jueces, militares y curas; a quienes pugnan por avanzar en conquistas sociales que llevan mucho tiempo esperando. Ellos sabrán lo que hacen.


Llamar radicales a los partidos de izquierdas que exigen el respeto a los derechos humanos es una insidia. Equipararlos a los ultraderechistas (aquello tan manido de radicales de izquierdas y radicales de derechas), una calumnia. Pero la técnica es persistir en la demonización, buscar que el ciudadano medio tienda a inquietarse cuando alguien reivindica derechos que no están dentro de los esquemas tradicionales. Esta manipulación suele desembocar en la confrontación con el vecino, en la crispación y el mal rollo permanentes. 


La obligación de quienes gobiernan es representar a todos, ¿no? ¿o solo a quienes les votan? Su deber es mejorar el clima social y favorecer la avenencia y la concordia, por eso es tan grave que personajes como los socialistas Page o Lambán se dediquen a insultar a los catalanes que no piensan como ellos solo para preservar su caladero de votos. Apostar por los votos en lugar de por mejorar la coexistencia entre las distintas sensibilidades que conforman el Estado español es una siembra tan peligrosa como estéril, sobre todo porque no representa la mayoría. Aquí conviven desde siempre múltiples maneras de entender la vida, idiomas diferentes, raíces históricas muy distintas, así que no queda más remedio que ponerse de acuerdo ¿Algún día lo entenderán? 


Emplear el término radical con carácter peyorativo para definir a aquellos conciudadanos que defienden ideas que tienen poco que ver con las de los dos partidos mayoritarios no ayuda a mejorar las cosas. Ahora se ha puesto de moda hablar de normalización en Catalunya. ¿De qué normalización habla esta gente?, se preguntaba el pasado 11 de septiembre Lluís Llach durante la celebración de la Diada. Y es cierto, no puede ser normal solo lo que una parte considere normal. No te puedes dedicar a despreciar e insultar a quienes no piensan como tú. No puedes bombardear a diario la atmósfera social con mentiras, bulos y fakes cada vez más descarados. No puedes ni debes hacerlo desde los tribunales ni desde los medios de comunicación. Mucho menos desde el poder político. 


En el diccionario de la Lengua, radical se define como algo que resulta fundamental, sustancial, básico, primordial. Usar el término con carácter peyorativo es, además de inexacto, inútil. No ha habido ninguna otra manera de avanzar a lo largo de la historia. ¿Fueron radicales quienes consiguieron la jornada laboral de ocho horas? ¿Lo fueron quienes lucharon hasta ganar el derecho de las mujeres a votar o la eliminación de la segregación racial? Los derechos se conquistan y, con muy pocas excepciones, siempre se conquistan en la calle. Así fue y así continuará siendo. Si eso es ser radical, bienvenida sea la radicalidad.


J.T.




lunes, 9 de septiembre de 2024

El fútbol, esa pasión


Puedes ser la persona más brillante y habilidosa del mundo, la más competente, la más trabajadora y resolutiva. Bien, pues siempre habrá alguien enfrente dispuesto a romperte las piernas. Eso es el fútbol, o en eso han convertido el fútbol, y quizás por eso este espectáculo al que muchos se empeñan aún en llamar deporte tenga tanto éxito, quizás por eso giren en torno a él tantos intereses y se mueva tanto dinero.


En la vida puedes cambiar de todo menos de pasión, decía un personaje de la película “El secreto de tus ojos” como clave para buscar, y finalmente encontrar en la cancha de su equipo favorito, al asesino que buscaban. Pasión. Igual hubo un momento en que el fútbol fue solo pasión y sentimiento, pero aquello ya es historia ¿Por qué quienes presiden un club de fútbol suelen andar por lo general metidos en turbios enredos económicos? ¿Por qué esta actividad posee la capacidad de atraer a tanto personaje siniestro? ¿Por qué los términos fútbol y corrupción andan emparentados en tantísimas ocasiones? 


Ser hincha del club de tu ciudad exige al aficionado medio realizar un ejercicio de abstracción. Has de defender al equipo de tus amores a pesar del constructor de turno que lo preside, cuando no del representante de un país al que le sobra el dinero y ha elegido el fútbol como vehículo de proyección internacional. Pagas el abono tapándote la nariz y acudes al campo intentando no mirar al palco para evitar contaminarte. Pero no dejas de ir, ni de celebrar las victorias, ni de entristecerte cuando pierde. Es tu pasión. ¿Lo es también de quienes se sirven del palco presidencial para la conspiración y el tráfico de influencias?


Luego tenemos el fenómeno de los hinchas ultras ¿Cómo es posible que se haya alentado, y financiado, la proliferación de este fenómeno? Los biris sevillistas, los boixos nois culés, los ultrasur madridistas… Y tantos y tantos otros, que a veces hasta se pegan antes de los partidos, como aquel caso de infausto recuerdo entre miembros del Frente Atlético y del Riazor Blues que acabó con la muerte de uno de estos últimos, tras ser arrojado al río Manzanares. ¿A quién beneficia que en el fútbol se aliente la xenofobia y el racismo, cómo es posible que estemos tardando tanto en poner en marcha una legislación que acabe con todo esto?


Por no hablar de esos dos jóvenes apellidados Rodri y Morata, a quienes no se les ocurrió nada mejor, tras ganar la Copa de Europa, que ponerse a reivindicar Gibraltar durante la celebración de la victoria. Qué manera de perder el norte, que inconsciencia, qué descerebre! Aunque he de confesarles que desde aquel día ando preguntándome hasta dónde este tipo de desafueros andan instalados no solo entre los jugadores de la selección española sino entre buena parte de las gentes de su generación. 


La homofobia y el machismo, tan comunes también en esa atmósfera, no hacen más que redondear la faena en esta estridente caja de bombas. Casos como el Dani Alves o Rafa Mir (presunto este último) reflejan la sensación de impunidad con la que según qué jugadores famosos se mueven por el mundo. Luego está la Liga de Fútbol Profesional, presidida por un señor con acreditadas filias ultras o la Federación, que cuenta con dos presidentes empurados después de los lamentables episodios ocurridos tras la victoria de la selección femenina en el mundial de Sidney… Como todo el mundo habla de Florentino y de su capacidad para mover hilos judiciales, periodísticos y políticos desde el palco del Bernabéu, me limitaré a citarlo para evitar redundancias en este asunto. Pero es grave. Porque no se trata solo del presidente madridista, o de Rubiales, Tebas y algunos responsables arbitrales “presuntamente” a sueldo de según que equipos. Hay bastantes más.


¿Y qué me dicen ustedes de la información deportiva? Si en el mundo de la política el periodismo está cada día más contaminado, en el del fútbol la prostitución es ya explícita. No se tapan siquiera un poquito. No les da ninguna vergüenza ir a saco para defender los intereses de quienes parten el bacalao. Machismo, racismo y homofobia en todo su esplendor, ninguneo a los equipos humildes y exaltación de los poderosos. Sonroja escuchar a la mayoría de comentaristas cuando retransmiten partidos. Les importa un rábano que se perciban sus filias y sus fobias, están blindados por aquellos a quienes deben la comida de cada día ¿El lector, el espectador, el oyente, eso qué es? Y en cuanto a las tertulias de esos presuntos programas deportivos donde todo el mundo se grita sin parar debatiendo nimiedades sin trascendencia alguna, pues mejor ni hablar.


Como en el pasaje bíblico donde se cuenta la historia de Sodoma y Gomorra, encuéntrame diez personas justas y no quemaré esas ciudades. Quizás nos quedaríamos sin fútbol si este episodio se trasladara a lo que sucede en ese mundo. Claro que, como en la película del argentino Juan José Campanella, ni así creo que estuviéramos dispuestos a renunciar a nuestra pasión. Porque de pasión, según parece, nunca se cambia. Aunque resulte preocupante que la esencia de este espectáculo, antes deporte, sea admitir que por muy brillante que seas siempre vas a tener enfrente alguien dispuesto a romperte las piernas. La vida misma.


J.T.




lunes, 2 de septiembre de 2024

Inmigración. El enredo infinito


Necesaria. Ese es el término: la inmigración es necesaria. Pedro Sánchez proclamó esta verdad indiscutible en su gira africana de la semana pasada y acto seguido Núñez Feijóo se le tiró a la yugular acusando al presidente del Gobierno de azuzar el “efecto llamada”. A partir de ahí, el enredo infinito. Me tienen muy harto los unos y los otros con este infame teatrillo. Los dos grandes partidos del 78 mienten más que hablan porque tanto PP como PSOE saben que con las mafias no se acaba de un día para otro. Y las mafias existen porque la demanda existe. Los acontecimientos, como sucede siempre, van por delante de la capacidad de gestionarlos y quienes a día de hoy hablan de deportaciones masivas o de regulación urgente dejan al descubierto su impotencia para plantar cara de manera democrática a uno de los filones más jugosos con que cuentan xenófobos y fascistas.


A quienes los derechos humanos importan un pimiento tienen en el fenómeno migratorio un yacimiento de votos que explotan de manera miserable. Juegan con el miedo de un ciudadano medio inseguro y de escasa formación, pero no les basta con ello: la ultraderecha apuesta sin disimulos por el odio y la crispación porque esa es su esencia, porque la hostilidad con el diferente funciona como combustible eficaz para hacer crecer el falso atractivo de sus políticas fascistas. Es lo que lleva ocurriendo desde hace décadas en muchos países de Europa, un cóctel cuyos ingredientes además del racismo son el machismo, la homofobia, la violencia o la intolerancia, y al que en España hay que añadir la nostalgia de la dictadura franquista.


La dejadez de muchos años, el exceso de confianza del bipartidismo durante tanto tiempo ha dejado crecer el monstruo. Hasta que la inmigración no ha aparecido en los sondeos como una de las preocupaciones fundamentales de los ciudadanos, los dos principales partidos de nuestro país no se han puesto a la tarea. Y lo están haciendo de la peor manera posible, a tortazo limpio entre ellas, diciendo un día una cosa, al siguiente la contraria y siempre con la vista puesta en las encuestas porque, en el fondo, el problema en sí se las trae al pairo. Lo que cuenta es la curva estadística donde se refleja la intención de voto, los datos, las prospecciones.


El PP continúa creyendo que siendo más facha cada día les irá mejor, solo así se entienden desatinos como el tuit de García Albiol criminalizando a un grupo de inmigrantes que viajaba en un barco desde Baleares a Barcelona y el refrendo de Cuca Gamarra ponderando la valentía del alcalde de Badalona al poner por escrito lo que muchos en su partido piensan. Esto ha sido declarado nada menos que por la secretaria general del principal partido de la oposición ¡Ea! Encuestas, encuestas, encuestas, utilicemos el miedo para llegar al poder, que no nos quiten los votos aquellos que son más ultras que nosotros todavía, cuando gobernemos ya veremos, y entonces si conviene decir lo contrario, pues se dice. Claro que no les hace falta llegar al poder para eso: el portavoz parlamentario Miguel Tellado que en su día reclamó, no lo olvidemos, la intervención de la Armada, ya se encarga de soltar a diario una cosa o la contraria según por donde venga el viento. Terrible.


Terrible sobre todo porque jugar con la inmigración no se puede ni se debe. Ni en broma, ya se esté en Gobierno o en el principal partido de la oposición. Como escribía el otro día el colega Ángel Munárriz, parece como si hubiéramos tomado nota de todos los errores cometidos durante años en el resto de Europa a propósito del debate migratorio… para acabar cometiéndolos ahora también aquí. Cuando, como repite una y otra vez Fernando Clavijo, presidente canario que gobierna con el PP, “la inmigración no es un problema político ni territorial; es un drama humanitario".


No es que rechazar a los inmigrantes sea un pecado grave, como acaba de decir el Papa Francisco, aportando así su particular guinda a este peliagudo asunto, es que los inmigrantes son necesarios. Los estudios hablan de 24 millones en España para dentro de 30 años si queremos sostener la actividad económica, la fiscalidad, las pensiones… Los partidos políticos lo saben, entonces, ¿a qué juegan? ¿A demonizar solo a los africanos que llegan en patera? Cuando Santiago Abascal sostiene que tendremos que defendernos por nosotros mismos, ¿se refiere acaso a hacerlo frente a las decenas de miles de ricos latinoamericanos que sacan el dinero de sus países de origen y compran pisos a mansalva en el madrileño barrio de Salamanca? ¿o a los fondos buitre? ¿o a las empresas extranjeras que hacen caja aquí y pagan sus impuestos en países menos estrictos?


El problema no está solo en Gambia, Senegal o Mauritania. Tampoco en La Restinga, el puerto canario de la isla de El Hierro al que más inmigrantes llegan últimamente. Por los aeropuertos, principal vía de entrada de extranjeros, no llegan ciudadanos de esos países. Contratar en origen suena muy bien, ayudar a los países sin recursos también, pero la maquinaria para poner todo eso en marcha es mucho más lenta que la necesidad de sobrevivir. Por el momento, la única manera de migrar a España es con un visado de turismo o jugándote la vida en el mar en un cayuco. Están en esa situación, como recuerda Ione Belarra, porque no les estamos permitiendo ninguna vía legal y segura para migrar, pero quede claro que nadie quiere estar trabajando sin derechos. 


Como no se le pueden poner puertas al campo, intentar ganar votos y elecciones a costa de la deshumanización o la falta de solidaridad con los más débiles es, además de una infamia, pan para hoy y hambre para mañana. El Gobierno y el principal partido de la oposición tienen la obligación de coger ese toro por los cuernos.Ya. El odio fascista no puede acabar ganándole la partida a los derechos humanos.


J.T.