lunes, 28 de octubre de 2024

RTVE. Dar con la tecla


Seis años y medio buscando cómo hacerlo y aún está por ver que en esta ocasión el gobierno de Pedro Sánchez haya dado con la tecla. Nada, que no hay manera de arreglar RTVE, y quizás esto se deba a que quienes legislan no tienen como objetivo principal atender los intereses de los ciudadanía que los eligió. Lo primero en lo que piensan los políticos cuando ganan unas elecciones es que el medio público les pertenece y que, por tanto, se han de contar las cosas del tal modo que eso contribuya a favorecer su permanencia en el poder. No parece que esta premisa vaya a cambiar demasiado con el tiempo que se abre desde que, tras el Consejo de ministros del pasado martes, Óscar López anunciara el comienzo de una nueva época. El Consejo de Administración más plural en la historia de Televisión Española, proclamó. 


Ya veremos si esto es verdad. Que en lugar de diez personas, quienes gobiernen la tele a partir de ahora sean quince, y así haya más partidos políticos representados en el Consejo de Administración, no quiere decir que esto acabe redundando en una televisión pública elaborada con mayor criterio profesional y menor dependencia política. El Gobierno todavía llamado de coalición ha decidido acabar de una vez con el bloqueo de la Corporación y por ello reduce de dos tercios del total  a mayoría absoluta el número de diputados necesarios para renovar un órgano en el que muchos de sus miembros tienen ya el mandato caducado.


Y aspiran a conseguirlo sin depender para ello del Partido Popular. No quieren volver a hacer el primo, como en el caso de la renovación del Consejo General del Poder Judicial, así que se proponen desbloquear el nombramiento del órgano de gobierno de la tele ninguneando a la oposición. Los cuatro consejeros que ha de elegir el Senado, según el flamante decreto ley, se los dejan a Núñez Feijóo y compañía, que en la Cámara Alta tienen mayoría absoluta. Pero como en el Congreso los once restantes serán votados por los grupos que favorecieron la investidura de Sánchez, eso les permite sacudirse a las derechas… y puede que hasta aprobar los presupuestos, ¿no es maravilloso?


Que la tele pública sea utilizada como moneda de cambio para manejos políticos es pan para hoy y hambre para mañana. Por un lado porque eso alimenta los ánimos de revancha y anuncia la continuidad del eterno quítate tú para ponerme yo cada vez que haya un cambio de gobierno. Y por otro porque eso tampoco garantiza que los profesionales puedan sacudirse por fin las presiones a la hora de hacer su trabajo y pensar antes en los espectadores que pagamos sus sueldos, como es su obligación, que en aquellos a quienes deben el puesto. 


Que el nuevo presidente de la Corporación de RTVE tenga mayores atribuciones y pueda elegir sin condicionamientos al equipo directivo de su confianza puede ser bueno, es cierto, pero siempre que este actúe con criterios profesionales. Ahora bien, ¿será esto posible? El nuevo Real Decreto no solo no lo garantiza sino que nos hace albergar serias dudas al respecto. Suena bien que en el Consejo haya representantes de EH Bildu, ERC o Junts, claro que sí, pero ¿serán estos elegidos por sus conocimientos sobre televisión o, como ha pasado hasta ahora en el resto de partidos, lo serán por  por su fidelidad política? Ahora, además, estarán pagados y se les exigirá dedicación exclusiva, ¿qué significará exactamente eso?


Hay que celebrar que algo que permanecía anquilosado desde hace tanto tiempo se mueva por fin aunque solo sea un poquito, pero miedo me da imaginarme lo que puede llegar a hacer la derecha con esta ley en vigor cuando recupere el poder, algo que esperemos tarde en ocurrir, pero que acabará ocurriendo tarde o temprano. El blindaje es por seis años, pero eso no garantiza la ausencia de conflictos ni de impunidades. Recordemos cómo en tiempos de Rajoy quien presidia la tele presumía públicamente de su fidelidad al Partido Popular.   


Hay que celebrar también que en el horizonte aparezca por fin la posibilidad (ya veremos si se consigue) de gozar de unos informativos decentes donde las piezas de la sección de Nacional dejen de parecer salidas directamente de los laboratorios de Génova, 13; donde en las tertulias estén presentes por fin las ideas de los partidos minoritarios y acabe la demonización sistemática de quienes no comparten planteamientos bipartidistas. Que desaparezcan los adjetivos de los textos informativos y que quienes dan paso a una noticia no anticipen las mismas frases textuales que luego dirán los entrevistados, sobre todo cuando estos vituperan a Podemos o a los partidos nacionalistas.


Si eso se consigue estará bien, es verdad, pero la pregunta es hasta cuándo permanecerá, y no veo yo que el Real Decreto garantice la ausencia de enconamiento a medio plazo.  En breve conoceremos los nombres de los candidatos al Consejo de administración que propone cada partido. En breve también comenzarán sus comparecencias en el Congreso y en el Senado para demostrar su “idoneidad”. Y en menos de un mes han de celebrarse las primeras votaciones. La experiencia nos dice que no faltarán las piedras en el camino durante el proceso.Y que hasta que se celebren todas las votaciones y queden refrendados los nombramientos, tanto de los consejeros como del nuevo presidente de la tele pública, más vale no cantar victoria. Por muy pírrica que esta nos parezca.  


J.T.

















lunes, 21 de octubre de 2024

La mano que mece la cuna


Carezco de información suficiente para afirmar quién o quiénes son. Como también carecen de ella tantos infelices tertulianos de los que van vendiendo su honorabilidad por radios y teles a cambio de doscientas o trescientas lentejas, que diga euros, la sesión. Se les nota a la legua que no tienen ni idea. Desde luego Miguel Tellado tampoco es urdidor de nada; un personaje así, con cara de haberse llevado en su infancia la mayor parte de los tortazos que se rifaban en el recreo, solo puede aspirar a triste comparsa, a tonto útil dispuesto a repetir la consigna que le manden con tal de seguir en el sillón. En el ajo no está, seguro. Tampoco creo que mueva hilos la estirada Cayetana, ni la chillona Cuca, ni el mediocre Rafa Hernando. No, ellos no son la mano que mece la cuna de la crispación y el filogolpismo, no creo siquiera que les dejen entrar en los oscuros aposentos donde se traman las conspiraciones. Como tampoco le dan demasiada bola al resabiado Abascal, cada vez más desconfiado él con la cohorte que le rodea, de los que se va desprendiendo uno a uno apenas cree que le roban protagonismo. No, quienes calientan en el Congreso la bancada de la derecha y la ultraderecha son solo las doñas Rogelias o los Macarios de esos desconocidos e inquietantes ventrílocuos que no nos dejan vivir en paz. 


¿A quiénes obedecen Peinado, Marchena, Larena, Escalonilla, García Castellón y compañía? Ya que no independientes, se les supone al menos personas instruidas y competentes, ¿cómo es posible pues que no les importe poner en juego su prestigio abriendo sumarios imposibles uno tras otro y dilatándolos en el tiempo hasta que no tienen más remedio que cerrarlos? ¿Qué está pasando aquí? No es posible que esto sea solo inquina contra Pedro Sánchez. La operación es sin duda de mucho mayor calado, a pesar de que buena parte de los componentes del Gobierno no son precisamente rojos peligrosos. Robles, Marlaska, Albares, López, Bolaños o Rodríguez no creo que molesten mucho a los amantes de lo políticamente correcto. Por no hablar de los cinco ministros de ese desacierto llamado Sumar, cuyos miembros se diluyen más cada día que pasa, al tiempo que desacreditan el verdadero sentido que ha de tener formar parte de un Gobierno de coalición.


¿Quién o quiénes son la mano que mece la cuna? ¿Acaso Felipe cuando declara que “Sánchez no gobierna, sino que se limita a estar en el Gobierno”? ¿Quizás Aznar cuando soltó aquello de “quien pueda hacer, que haga” abriendo así las compuertas de la insidia? ¿Qué saben estos ex presidentes que el común de los mortales no podamos saber? ¿A qué le temen? ¿Ante qué o quiénes se doblegaron para el resto de sus vidas? ¿Qué hicieron que no quieren que se sepa? ¿Qué les mueve, a qué aspiran? ¿Qué futuro es el que desean para este país? Cuando la ciudadanía les otorgó en su día mayorías absolutas para gobernar no eran como son ahora ¿O sí? Aznar ni siquiera se llevó bien con el viejo monarca, ¿por qué con el tiempo se ha convertido en el más cerrado defensor de la institución? Tanto González como él pactaron y se apoyaron alguna vez para gobernar en partidos nacionalistas cuyos postulados políticos eran los mismos que ahora vituperan, ¿qué ha cambiado entonces? ¿qué intentan tapar? ¿por qué hay tanto medio de comunicación, tanto periodista que compra este discurso? ¿dónde se cuecen los argumentarios desestabilizadores, quién los dicta, quién dictamina “propáguense”? ¿Se reduce todo a volver al “tranquilo” bipartidismo de hace años o hay detrás mucha más canela?


Parece claro  que desde que nació Podemos hace ya más de una década, todo cambió para siempre. Quienes ahora trabajan para tenernos de los nervios (con los amorales Esperanza Aguirre y Miguel Ángel Rodríguez como mascarones de proa) se dieron cuenta ya por entonces que había que cargárselos como fuera si querían continuar chupando del bote. Lo que ocurrió lo conocemos bien, bombardeo infinito para acabar con Podemos cuanto antes pero con tan mala fortuna, ¡pobres!, que hete aquí cómo aún a estas alturas, los muertos que intentaron matar gozan de excelente salud. El ultra Jiménez Losantos, cuyo olfato nadie discute, así ha debido percibirlo cuando ha vuelto a alertar a sus huestes al grito de “¡Que vuelve Podemos!”. La verdad es que volver no vuelve, sencillamente porque ni sus ideas ni su presencia en las instituciones, por escasa que ahora sea esta, se fueron nunca.


Cada día que pasa vuelve a haber más gente que asume y valora la enorme importancia de los diagnósticos que Podemos puso en su momento sobre la mesa, los argumentos y los postulados que le hicieron irrumpir con la fuerza que lo hicieron en el panorama político de nuestro país. La inmigración, la vivienda, la tibia y asustadiza política internacional, la igualdad, el infinito poder de los bancos o la monarquía son solo algunos de los asuntos clave que continúan sin resolverse. Ni el PP ni el PSOE tienen interés en que esto suceda. 


Sánchez y su gobierno, antes llamado de coalición, inquietan e incomodan más bien poco a la mano que mece la cuna de la crispación y el filogolpismo, pero aún así no se fían de él y quieren cargárselo. Como decía al principio, carezco de información para saber quiénes son y a qué aspiran. Lo único que sé es que no parecen tener ningún interés en dejarnos vivir en paz. 


J.T.



lunes, 14 de octubre de 2024

Inmigrantes. Usar y tirar


Suelo pasar buena parte del año en una de las zonas más tensionadas de España en materia migratoria, el Poniente almeriense de los invernaderos, territorio comanche, jugoso caladero de votos para la ultraintransigencia fascista. Camino del bar donde desayuno, paso por cruces de caminos donde decenas de subsaharianos supervivientes de las pateras más recientes esperan que algún agricultor se digne escogerlos para subir a la camioneta y ser explotados bajo los plásticos por cuarenta o cincuenta euros jornada. En negro, por supuesto, nunca mejor dicho. Pido el café con leche y la tostada rodeado de lugareños que gastan la mañana insultando antes a Podemos, ahora a Pedro Sánchez, o cantando las excelencias de Alvise o Abascal. Al atardecer, mientras cumplo con mi caminata diaria, veo a los migrantes en bicicletas o patinetes regresar de sus trabajos camino de no se sabe dónde. Desaparecen como por arte de magia, para satisfacción de quienes los usan durante el día pero por la noche no quieren enterarse de que existen ni de los sitios donde a veces se reúnen para charlar o para ver los partidos de la Champions, nunca en los bares de cerveza y tapa típicos de la zona. Allí todos son blancos de piel y de afición futbolística. Y anti Barça, faltaría más.


Los inmigrantes que residen en el Poniente almeriense se acercan ya a los cien mil, superan la cuarta parte de la población total pero no existen. No quieren que existan. Es verdad que algunos alcaldes los empadronan porque más habitantes en el municipio significan más dinero para las arcas, pero ni se les ocurre pelear porque tengan derecho a votar. Sin los inmigrantes, la próspera actividad de la zona sería imposible; los originarios del lugar lo saben de sobra pero, aún así, no solo los ignoran sino que, cuando llegan las elecciones, votan a quienes prometen expulsarlos. Les molesta encontrárselos en los centros de salud, y se asustan cuando descubren que el número de bebés hijos de extranjeros que nacen en el Hospital del Poniente son aplastante mayoría. El Opus y demás colegios confesionales hacen su agosto abriendo nuevos centros donde los propietarios de invernaderos en los nueve municipios de la comarca matriculan a sus hijos por un pastón que pagan encantados con tal de que no compartan pupitre ni aula con niños de color. 


Me pregunto cuántos Ponientes almerienses habrá en España, y me lo pregunto porque mucho me temo que estos microclimas, estas atmósferas envenenadas, son el verdadero huevo de la serpiente. Según el Banco de España, el 13,5 por ciento de las personas que actualmente trabajan en nuestro país nacieron en el extranjero, y hablamos solo de aquellos que se pueden contabilizar. Son quienes contribuyen además a elevar el PIB pero nos da igual, ¡leña al inmigrante! ¿Qué nos pasa? ¿Por qué ese empeño en despreciar al diferente? ¿Será acaso el síndrome del nuevo rico? 


Recuerdo junio del año 1985, cuando nuestro país fue por fin admitido en Europa. Durante los tiempos del franquismo, los españoles habíamos sido mano de obra barata para alemanes, franceses, belgas u holandeses, pero aquello se nos olvidó muy pronto. Desde que nos convertimos en europeos de pleno derecho, gracias a las ayudas económicas de Bruselas y a nuestro nuevo estatus, cambiaron las tornas y empezamos a mirar por encima del hombro a los que eran más pobres que nosotros, a los países del Este que se fueron incorporando también a la UE… Rumanos, búlgaros y polacos vinieron a España para realizar el trabajo que antes hacían los andaluces en las casas bien. También los sudamericanos, también miles de africanos que, jugándose la vida patera a patera, cayuco a cayuco, llegaban y llegan hasta nuestras costas reclamando su derecho a sobrevivir en un flujo imparable que no tienen marcha atrás y los ultramontanos se resisten a entender. Por muchos impedimentos que se les quiera poner, siempre encontrarán el hueco. Como al campo, al mar tampoco se le pueden poner puertas. Las asustadizos agricultores almerienses, así como tantos otros que se dejan colonizar por las doctrinas fascistas, lo viven como una amenaza sin darse cuenta que la verdadera amenaza es no propiciar políticas de natalidad, de estímulo y de integración, de convivencia y complicidad en lugar de perpetuar relaciones a cara de perro. 


Quienes hablan de invasiones y avalanchas, argumentan que el avance de los postulados ultraderechistas es algo que está ocurriendo en toda Europa.Y yo me pregunto: ¿tan complicado es deducir que en la medida en que Europa se quiera parecer más a un club selecto con derecho de admisión, más méritos estará haciendo para labrar su ruina? La inmigración y las situaciones derivadas de ella van a ser el gran asunto de las próximas décadas y no acabamos de asumirlo. No vale mirar para otro lado. En el fondo se trata, simple y llanamente, de una cuestión de Derechos Humanos. Y nos empeñamos, como en el Poniente almeriense en limitar nuestra relación con los inmigrantes a explotarlos de día e invisibilizarlos de noche. Y a aplaudir a quienes quieren echarlos ¿Estamos tontos, o qué?


J.T.


lunes, 7 de octubre de 2024

La banalidad de la mentira


“Cuando un pueblo no puede distinguir ya entre la verdad y la mentira, tampoco puede distinguir entre el bien y el mal”, dejó escrito Hannah Arendt  en La banalidad del mal”. En este mundo nuestro de inspiración judeocristiana, donde la mentira es considerada pecado mortal, la clase política –y gran parte de la periodística- está claro que comen aparte. La mentira está haciendo imparable el avance de la ultraderecha en Europa y crucemos los dedos para que el mes que viene no suceda lo mismo en Estados Unidos.

El campeón por estos pagos del bulo y el fake se llama Alberto Núñez Feijóo. La competencia que tiene es dura, pero la destreza con la que se desenvuelve el todavía líder de la oposición lo hace imbatible. Esa impasibilidad con la que suelta las mayores burradas, esa habilidad con la que ni se inmuta en las entrevistas cuando le demuestran que habla sin documentarse y hasta se contradice, deja a la altura del betún al mismísimo Aznar, y mira que este situó alto el listón cuando afirmó que Irak poseía armas de destrucción masiva o cuando llamó a los directores de los periódicos para asegurarles que había sido ETA la responsable de los atentados de Atocha. Para justificarse se amparan en teletipos, en torticeros titulares de prensa adicta o sencillamente se lo inventan. Esparcen basura insultando la inteligencia de quienes les votamos olvidando que son nuestros empleados y que su obligación es respetarnos, mejorar nuestras vidas y rendirnos cuentas.


Estos días se suele escuchar con frecuencia, a propósito del espantoso conflicto en Oriente Medio, que la primera víctima de una guerra es la verdad. Parece que no solo en las guerras es así. Cuca Gamarra, Bendodo, Semper, Abascal o Pepa Millán, además de convertir cada semana el Congreso de los Diputados en una jaula de grillos, se han instalado en la mentira y el insulto como forma de vida sin preocuparse apenas por actuar con sentido de Estado, elaborar propuestas y contribuir a mejorar la vida de los ciudadanos, que es el trabajo por el que les pagamos.


En su escalada de desatinos, las derechas han dado un paso más hace algún tiempo ya: empotrar entre los periodistas acreditados al Congreso auténticos profesionales de la provocación que suelen campar a sus anchas por los pasillos y ruedas de prensa. Presuntos informadores que profanan el oficio de sus compañeros utilizando los bulos y las mentiras como argumentos para formular preguntas hostiles a los políticos de izquierda. Incluso para acosarlos, como en el caso de José Luis Ábalos, quien estos días ha vuelto a pedir amparo a la presidenta Francina Armengol por la “violencia, falta de escrúpulos y señalamientos” de los que afirma ser víctima por parte de personajes como Vito Quiles o Bertrand Ndongo. He aquí una comprometida china en el zapato ¿Quién le pone el cascabel a ese gato? ¿Se les quita la acreditación? ¿Es eso democrático?


Uno de los talones de Aquiles de la democracia es que en ella caben también quienes aspiran a cargársela, ya sea desde los partidos políticos o desde los medios de comunicación. Nadie parece conocer la manera de frenar el avance de los intolerantes, como lo demuestra el alarmante crecimiento de la ultraderecha en toda Europa. En nombre de la libertad, ¿tenemos que admitir la posibilidad de perderla? ¿tenemos que ser tolerantes con los intolerantes? ¿tenemos que aceptar que los políticos mientan sin parar y haya periodistas que mancillen nuestro oficio haciendo uso de esas mentiras para ayudar a crecer el fascismo?


"Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada”, afirmaba también Arendt, y eso es lo que nos está pasando. El ciudadano escéptico y desmotivado es una bomba de relojería porque llega un momento en que deja de cuestionar a los sátrapas. Vemos a diario cómo estos van ganando terreno sin que nadie parezca decidido a salir de ese estado de perplejidad que permite el avance de personajes como Donald Trump, indiscutible experto en el arte de la mentira, el insulto y el desafuero. 


Al final tendrá razón el amoral y desprejuiciado Roger Ailes: “Hay que darle a la gente lo que quiere, aunque no sepa lo que quiere; la gente no quiere estar informada, quiere sentirse informada; les proporcionaremos una visión del mundo como ellos quieren que sea”, proclamaba quien fuera director de la derechista cadena de televisión estadounidense Fox News. Que tanto progreso y tanto avance tecnológico hayan desembocado en el distópico momento que estamos viviendo resulta francamente descorazonador. 


Acaben como acaben conflictos como el de Oriente Medio o Ucrania, sabemos que ganarán las fábricas de armas y las compañías petrolíferas pero también la mentira, porque cuando somos incapaces de distinguirla de la verdad, eso acaba privándonos del poder de pensar y juzgar. Y con una ciudadanía escéptica y desmotivada, el poder puede permitirse hacer lo que quiera.  


J.T.