domingo, 28 de febrero de 2021
Andaluces, ¡espabilemos!
RTVE. Hasta que no pase el último gato…
Hoy les voy a contar una pequeña historia que me toca de cerca. En julio de 2018, mi nombre figuraba entre los diez candidatos a formar parte, de manera provisional, del Consejo de Administración de RTVE. Se iba a poner en marcha, quizá lo recuerden, un concurso público y, hasta que este finalizara, el gobierno del PSOE, que había mandado a Rajoy a su casa tras ganarle una moción de censura, consiguió pactar con PNV y Unidas Podemos un Consejo y un Presidente provisionales para la radiotelevisión pública.
Seis candidatos serían ratificados por el Congreso y cuatro por el Senado. Eso estipula la ley. Yo pertenecía al cupo de la Cámara Alta, y allí comparecí el día 3 a la espera de ser votado. En el Congreso no era preceptivo este trámite, así que mis seis compañeros fueron elegidos por mayoría absoluta en segunda votación sin necesidad de los sufragios de PP ni de Ciudadanos. Mientras ellos recibían en sus casas el nombramiento oficial que certificaba su elección por el Congreso, el Senado, entonces aún con mayoría del Partido Popular, tumbaba mi candidatura y las de mis tres compañeros.
No importaba, todo estaba controlado, proclamaba el gobierno. Cuando el Senado rechaza propuestas de este tipo, la ley estipula que el proceso continúa en el Congreso y allí se resolvería, así que no había problema: seríamos ratificados Consejeros. Que no nos preocupáramos, nos repetían, que todo estaba bien atado. Fue entonces cuando me acordé por primera vez de uno de los refranes que mi abuelo solía repetir con frecuencia: “Juanito, no digas nunca FU hasta que no pase el último gato”. Así se lo recordé a mi compañera cuando, juntos e ilusionados, ella pelín más que yo, nos dispusimos a seguir por internet el desarrollo de la votación.
El recuento en segunda vuelta reunía todos los ingredientes de una película de suspense. Así, cuando Ana Pastor reveló el contenido de la última papeleta quedó demostrado que la catástrofe acababa de consumarse: nuestra lista con los cuatro Consejeros que faltaban había obtenido… 175 votos. Faltaba uno para la mayoría absoluta, la mesa dio el asunto por concluido, pasó a otra cosa, los seis nombramientos anteriores quedaron anulados, la botella de cava quedó en la nevera y nosotros estupefactos, sin acabar de dar crédito a lo que acababa de suceder. Nuestro gozo en un pozo. Dos diputados del PSOE, qué casualidad, se habían equivocado de papeleta provocando así que sus votos fueran considerados nulos.
Conclusión: RTVE se quedaba de momento sin Consejo y, en consecuencia, sin Presidente. Pero había un plan B, según la legislación, donde nosotros ya no contábamos: el gobierno podía designar, y así lo hizo, un Administrador o Administradora Único/a, provisional, por supuesto, que concentraría todo el poder hasta que el concurso a celebrar alumbrara un nuevo Consejo. Sería cuestión de “unos pocos meses”, aseguraron. Nombraron a Rosa María Mateo, cuya “provisionalidad” acaba de cumplir 31 meses y ahora, por fin, parece que puede haber fumata bianca para un nuevo Consejo de Administración. Pero… ¿ha pasado el último gato?
Este jueves, los seis primeros candidatos acaban de ser elegidos por el Congreso. En primera votación, porque el PP se ha sumado al acuerdo a cambio de incluir a tres consejeros de su cuerda. Los seis, si todo transcurre como la otra vez, recibirán estos días en sus casas el nombramiento oficial. Y como en la anterior ocasión, en breve está previsto que tenga lugar la votación del Senado ¿Puede haber problemas? Esta vez parece que pocos porque, aunque el PP insista en bloquear acuerdos para nuevos nombramientos en el Consejo General del Poder Judicial y otras instituciones, no les serviría de nada votar en contra ya que el PSOE cuenta ahora con mayoría absoluta en la Cámara Alta.
Bien, hasta aquí todo perfecto, ya solo quedaría la traca final: la elección definitiva del Presidente de la Corporación. Sabemos quién es el elegido (el profesor José Manuel Pérez Tornero) pero el espaldarazo legal depende de una votación en el Congreso que, tras contar ya con los diez Consejeros, debería celebrarse en pocas semanas. Tal y como está el patio, ¿cumplirá el PP su pacto para que solo sea necesaria una votación que supere los 210 diputados, los 3/5 que manda la ley? Si votara en contra y fuera preciso recurrir a una segunda ronda, ¿estamos en condiciones de asegurar que los grupos que propiciaron la investidura de Sánchez y la aprobación de los Presupuestos, le sacarían al Gobierno de coalición las castañas del fuego para que el candidato a presidente de RTVE sumara mayoría absoluta?
Prácticamente está hecho, por supuesto, no tiene por qué haber ningún problema pero, como en julio del 18 le repetía a mi compañera mientras seguíamos con atención el recuento que me dejó a un voto de ser nombrado Consejero… “mejor no decir FU hasta que no pase el último gato”.
J.T.
martes, 23 de febrero de 2021
Artículo de Cebrián… ¡cuerpo a tierra!
No lo puedo evitar, pero cada vez que Cebrián publica un artículo de opinión a toda página en su periódico del alma, página impar, por supuesto, me da por pensar que algo gordo está pasando. De primeras intento no leerlo, porque aquello sobre lo que pontifica suele ser bastante predecible, sobre todo si has escuchado sus tertulias o leído sus editoriales de los días anteriores. Sabes que viene a rematar la faena para que quede constancia en las hemerotecas de la línea de pensamiento de la casa. Sabes que no va a decir nada que no haya sido hecho público ya en alguno de sus negociados. Que no lo va a decir mejor, porque escribe confuso, puede que a propósito, como aquel columnista que daba a leer el artículo a su empleada doméstica antes de publicarlo y, si esta lo entendía, acto seguido lo “oscurecía” para no ser tachado de vulgar. Sabes, además, que te vas a cabrear leyéndolo pero acabas cayendo en la trampa, lo lees y entonces certificas tus sospechas.
En el artículo de este lunes, Juan Luis Cebrián se ha cubierto de gloria comparando los tuits de Trump con los de Echenique, Rufián, Otegi o Abascal. Él sabe mejor que nadie que mezclar nombres así, al presunto tuntún, es artero pero lo hace. Meter a fascistas y a demócratas en el mismo saco es vejatorio, pero lo hace. Señalar que a Trump le quitaron la cuenta y a Echenique no, es grave, pero lo hace. Echando mano, además, de un recurso estilístico lleno de trampas: “Me pregunto -escribe textualmente- si quienes han aplaudido y justificado la expulsión de Trump de Twitter y Facebook jalearían idéntica medida aplicada a Echenique, Otegi, Rufián, Abascal o cualquier otro”. ¿Se puede ser más retorcido? Ni los tuits de Rufián ni los de Echenique han instigado a nada y lo sabe. Y si habla de oídas sin haberse molestado en leerlos detenidamente, peor.
¿Cómo es posible que quien capitaneó un buen periódico durante años incurra ahora en reflexiones que recuerdan usos y costumbres de los enemigos de la democracia? Por mucho que se repita una mentira, él sabe mejor que nadie que no se puede consentir que esta acabe convirtiéndose en verdad. Me niego a pensar que ha pasado a formar parte de quienes repiten consignas sin pudor porque cuentan con que, la mayoría de quienes las leen o escuchan, no se molestan en verificarlas. Como atribuir al vicepresidente del Gobierno la intención de establecer controles sobre la prensa cuando, de lo que este dijo en sede parlamentaria, únicamente se puede extraer esa conclusión si se conocen solo frases sacadas de contexto o se actúa de mala fe.
No me puedo creer que alguien como Cebrián, con lo que él ha sido, se haga eco de un total sin molestarse en escuchar la comparecencia completa. Y mucho menos me puedo creer que recurra al victimismo mezclando churras con merinas: “Debe ser -dice también textualmente en su artículo- que los comentarios de los tertulianos son un peligro para la democracia mayor que los ripios de cualquier psicópata egocéntrico”. Y añade para terminar de aliñar la ensalada: “Y hasta en eso puedo estar de acuerdo, pero legislar sobre derechos fundamentales exige más reflexión y menos cainismo ideológico que el que viene mostrando el banco azul” Ahí queda, mezclado todo, confuso y embotado para que, quienes no se tomen a molestia de leerlo con cuidado, no descubran la trampa.
En ningún momento se cuestionó en el congreso el derecho de los tertulianos a expresar libremente sus ideas, lo que se dijo fue que “los poderes mediáticos deciden las agendas, los temas de los que se habla y los que no, las voces y opiniones que se pueden escuchar; que en lugar de actuar como contrapoderes, lo hacen como brazos mediáticos de los poderes económicos” ¿Y acaso no es cierto? Cebrián sabe mejor que nadie que el abanico de la pluralidad, como reclama Pablo Iglesias, es necesario que se abra mucho más de lo que lo está en estos momentos. Que falta equilibrio en las voces de quienes analizan a diario la actualidad en los medios, que hay monstruosidades que obtienen una gran repercusión y reflexiones imprescindibles que no llegan, ni por asomo, al común de la ciudadanía.
Cebrián sabe mejor que nadie el nivel de beligerancia del que es víctima el Gobierno de coalición, sabe mejor que nadie la cantidad de acusaciones sobre Unidas Podemos que han abierto telediarios y primeras páginas de periódico y que, cuando los juzgados las han ido desestimando, no se ha enterado nadie. Cebrián sabe mejor que nadie el poder de la lluvia fina, de la gota malaya, al que su periódico lleva contribuyendo desde hace siete años. Fue su periódico el que llamó insensato sin escrúpulos a Pedro Sánchez y desleal a Iglesias. En el artículo de este lunes habla del “pasmo” del presidente del Gobierno (o sea, que le llama “pasmao”) porque a su juicio ha tardado demasiado en “expresar su opinión sobre los desórdenes públicos, “parapetado” como sigue en la Moncloa frente al desconcierto y la angustia…” Ahí queda eso.
Es muy fuerte, alguna vez me lo he preguntado pero no tengo más remedio que repetirlo: ¿por qué están envejeciendo todos tan mal? ¿qué demonios pasa aquí? ¿qué necesitan salvaguardar? ¿a qué le tienen tanto miedo? ¿por qué no dejan trabajar en paz a las nuevas generaciones?¿a qué viene tanta conspiración? ¿dónde está el truco, qué es lo que aún permanece escondido, desconocemos y no quieren que se destape? Bonito día, el del 40º aniversario de aquel 23 de febrero, para preguntárnoslo.
J.T.
domingo, 21 de febrero de 2021
El papel del poder mediático en la democracia
Es bueno que según qué cosas queden reflejadas para siempre en el diario de sesiones del Congreso de los Diputados. Y si esas cosas tienen que ver con la esmirriada salud democrática del panorama mediático en nuestro país, resulta además higiénico que se denuncie en sede parlamentaria. Lo insólito es que tratar este tema desde la tribuna de oradores, como el miércoles hizo Pablo Iglesias, sea algo excepcional, por no decir inédito.
viernes, 19 de febrero de 2021
La debacle de Ciudadanos y PP
Ciudadanos cada vez huele más a UPyD. A Inés Arrimadas empieza a ponérsele cara de Rosa Díez y Pablo Casado en el Partido Popular, como no espabile, corre el riesgo de acabar igual que Landelino Lavilla en la UCD.
A tenor de los resultados del 14-F en Catalunya, parece claro que la derecha vive nuevos tiempos de tormenta. Con una seria diferencia: la ultraderecha, en 1982, apenas tenía altavoz en el Congreso de los Diputados. Ahora, en cambio, desde que en diciembre del 2018 consiguieron 12 escaños en Andalucía, los de Vox andan abriéndose paso a codazos –tacita a tacita- a costa de Ciudadanos y PP, que no acaban de dar con el tono, sobre todo en Catalunya, para que no se les marche la clientela. El fracaso ha sido estrepitoso. Si, como ha ocurrido tantas veces, lo que sucede en Catalunya suele trasladarse después a los resultados electorales en España, que "el señor nos coja confesaos", como se dice en castizo.
En los tres debates televisivos de la campaña catalana (TVE, TV3 y La Sexta), los modos y maneras de Carlos Carrizosa (candidato de Ciudadanos) y de Alejandro Fernández (cabeza de lista por el Partido Popular) desprendían un cierto halo de tristeza y desamparo. Daba pena verlos y escucharlos. Se les notaba tan perdidos que acababan casi inspirando ternura: Carrizosa ofreciéndose a Salvador Illa sin ambages, lo que transmitía la escasa fe que tenía en sus posibilidades; y Fernández, por su parte, revolviéndose como podía contra las atrocidades que iba soltando el fascista Garriga, que le comía claramente la tostada.
Los dos estaban abandonados a su suerte. Carlos Carrizosa, por una Inés Arrimadas que los dejó tirados para hacer carrera en Madrid; y Alejandro Fernández, por un Pablo Casado que nunca ha entendido lo que pasa en Catalunya. Para colmo, el pobre Fernández no pudo evitar que apareciera Isabel Díaz Ayuso a decir burradas en su campaña, con lo que puede que le espantara a buena parte de los pocos votantes que todavía le quedaban.
Ahí está el desastre de resultado: entre los dos partidos suman menos escaños (9) que los fascistas de ultraderecha (11). Ciudadanos y PP, que gobiernan en Madrid, Andalucía y Murcia gracias al apoyo de Vox, reúnen desde el pasado domingo en el parlamento catalán 20 escaños de un total de 135. La incapacidad de la derecha para seducir al electorado catalán, la escasa cosecha de votos, es atribuible sobre todo a la carencia de un discurso claro que les aleje de la intolerancia que predica Vox, terreno este en el que los ultras se mueven como pez en el agua.
No han acertado con el mensaje y lo han pagado caro. Y no lo han hecho porque no acaban de asumir que, desde hace muchos años ya, los catalanes les están diciendo con sus votos a los políticos que se sienten a hablar de una puñetera vez y se dejen de tonterías. Lo que no se puede es apostar por desconsiderar al adversario e intentar machacarlo sin pararse a considerar sus convicciones ni sus argumentos.
Pablo Casado es “Don Me Opongo” sin ofertas alternativas, parece como si no supiera sentarse a hablar sin poner condiciones, sin vetar, sin negarse a abrir puertas por las que pueda entrar una posible solución. Arrimadas tuvo la oportunidad de actuar como jefa de la oposición en Catalunya, con mando en plaza como le permitían los 36 representantes que Ciudadanos consiguió en 2017, y desistió. No se atrevió, no supo o no quiso. Ni se lo ocurrió jamás la posibilidad de tender la mano. Solo criticar, confrontar, abandonar votaciones y victimizarse. Y cuando la cosa se empezó a poner fea, puso pies en polvorosa. De ahí el desastre de su partido: de 36 escaños, a 6. De ahí también la ruina del PP: 3 míseros asientos en el Parlament tras pasear a Casado y Ayuso con sus desatinos por lugares donde aún no han olvidado los discursos frentistas de Cayetana Álvarez de Toledo. Discursos como los de Vox que solo han servido para que aquellos en quienes calaba su mensaje intolerante, acabaran votando al partido ultra, que al fin y al cabo es el original y no la copia.
Desde el pasado domingo, el panorama político en Catalunya ha cambiado mucho más de lo que nos creemos porque las dos primeras fuerzas en votos y escaños, PSC y ERC, sí están por el diálogo. Sea cual sea la combinación que acabe resultando para formar gobierno, los intolerantes son minoría, algo que no sucedió cuando el partido más votado fue Ciudadanos. Ya han pagado su error, como el Partido Popular el suyo. Si no quieren acabar como UPyD o la UCD, van a tener que trabajar duro. Esa fusión de la que se empieza a hablar no deja de ser una triste huida hacia delante.
J.T.
jueves, 11 de febrero de 2021
Normalidad democrática
Algo importante hay en sus mensajes cuando acaban escociendo tanto. Alguna fibra seria toca si, como suele ocurrir muchas de las veces que habla, Pablo Iglesias consigue poner de acuerdo a tanta gente en contra suya. Muchos de los que se hacen los ofendidos con las cosas que dice, quizás lo que lleven peor es que saben que pocas veces carecen de fundamento.
¿Que hay de inexacto en lo que dijo el líder de Podemos en la entrevista que el diario Ara publicó el pasado lunes 8 de febrero?: “No hay una situación de plena normalidad política y democrática en España -afirmó- cuando los líderes catalanes de los dos partidos que gobiernan Catalunya, el uno está en la cárcel y otro en Bruselas.”
¿Dónde esta la deslealtad que periódicos como El País le atribuyen a esta frase? ¿Acaso es leal el quilombo de la justicia, el olor a podrido de las todavía vigentes cloacas, acaso es normalidad democrática encarcelar jóvenes raperos porque no gusta lo que escriben o lo que cantan? Quienes califican de desleales las manifestaciones de Iglesias quizás podrían estar dotados de autoridad moral para emplear ese término, aunque en este caso sea improcedente, si al menos en alguna ocasión lo hubieran hecho para referirse a asuntos como la corrupción sistémica del PP o a tantos ataques a nuestro sistema de libertades como a diario promueven los fascistas de Vox con absoluta impunidad.
Quienes escriben los encendidos editoriales de El País deben sufrir un acentuado complejo de inferioridad. Encuentro complicado que alguno de ellos supere a Iglesias en lecturas, formación, capacidad de trabajo y sobre todo en valentía, porque el actual vicepresidente del Gobierno firma lo que escribe y expresa lo que piensa a cara descubierta, mientras que los editoriales son anónimos. Insultar en un editorial es cobardía, por mucho que el director de la publicación se responsabilice de su contenido.
Alguien tiene de vez en cuando que decir estas cosas. Como no le debo nada al líder de Podemos y me consta que a veces no le gustan las cosas que escribo, me permito expresar aquí lo que mucha gente piensa y se calla por miedo a que le llamen pelotas o sectario. Alguna vez se escribirá la historia de este ensañamiento. La historia de la rabia mediática y política contra la voz más representativa de una formación cuya existencia resultó higiénica desde su fundación y, como el tiempo demostrará, está resultando clave para arrancar derechos a favor de los sectores más débiles de la sociedad española. No es de recibo que los medios den pábulo a los fascistas de Abascal y a las insensateces de Casado mientras los cañones se orientan siempre hacia todo lo que huele a Podemos.
Iglesias sabe que actuar y hablar como lo hace tiene un precio y parece dispuesto a pagarlo. “Es la primera vez que un vicepresidente de gobierno dice cosas impropias del papel constitucional que desempeña”, argumenta tanto fariseo como anda por las redacciones y los platós sembrando la discordia. ¿La primera vez? Pues ya era hora, ¿no? También es la primera vez que existe un gobierno de coalición y las discrepancias entre los miembros del ejecutivo, eso que los periódicos se empeñan en titular “choques” parece que, al menos de momento, lo que están haciendo es reforzar y consolidar a ese gobierno.
“¡Que se presenten a las elecciones –decían-. Que entren a formar parte de las instituciones si quieren cambiar las cosas.” Pues vale, pues ya han entrado, y una vez dentro, cuando se remangan y se aprestan a cambiar esas cosas, los veteranos del bipartidismo y sus correas de transmisión no paran de ponerles zancadillas en cada esquina, invocando el carácter institucional de su cargo al tiempo que exigen comedimiento y mesura a la hora de expresarse en público. “Es que esto siempre se ha hecho así, no como vosotros queréis que se haga”, insisten. No les entra en la cabeza que si han conseguido estar donde están, es justo para que las cosas no sigan haciéndose como siempre se han hecho. Ni para decir las mismas banalidades y lugares comunes que siempre se han dicho.
Sé que exponer este tipo de reflexiones para defender que un vicepresidente del gobierno se salga del guión según algunos y diga las cosas que hay que decir aunque nunca antes se haya hecho, llevará a más de uno a preguntarse qué intereses ocultos hay detrás, que a qué aspiro. Pues miren ustedes: a nada. Es muy posible que este artículo me proporcione más disgustos que alegrías, pero es un placer haberlo podido escribir. Y tal como está el patio mediático, casi un privilegio.
J.T.
lunes, 8 de febrero de 2021
10 de las 1.000 razones por las que Pablo Casado tiene que irse ya
1. Inmadurez
Una buena parte de las cosas que dice asombran por su escasa enjundia. Siempre parece estar esforzándose por mantener la compostura, transmite la misma sensación que el actor que sube al escenario sin saberse muy bien el papel, con la mirada semiperdida buscando la ayuda del apuntador o, lo que es peor, evidenciando que no se cree las cosas que está contando, que no consigue meterse en el personaje. Hasta para ser impostor hay que ser profesional.
2. Inconsistencia
Le falta un hervor. O varios. Lo único que parece aprendió bien de sus antecesores fue la capacidad de mentir y su carencia de vergüenza. Pero no debió darle tiempo a comprender que para rentabilizar esas cualidades hay que saber acompañarlas de cierta socarronería, como era y es el caso de Rajoy, o de una cara de mala leche que infunda miedo como Aznar. Casado parece más bien desvalido, tanto que a veces, cuando empieza a soltar disparates, en vez de propinarle un buen guantazo te dan ganas de acunarlo porque lo intuyes débil, desamparado, frágil. ¡Pobre!, ni para cabrón vale.
3. Falta de preparación
Si ha leído mucho, la verdad es que lo disimula muy bien. Igual somos injustos pero, ¿alguna vez le hemos oído hablar de literatura, de música, de cine, de filosofía…? ¿visita museos, viaja? En sus múltiples y ubicuos canutazos, siempre parece recitar algo que momentos antes ha aprendido de memoria junto al spin doctor de turno, una réplica, una puya, una provocación, algo para buscar titulares que le ayude a mantener esa atmósfera de crispación que le han debido decir que le beneficia. O ni eso, a lo mejor es pura y simple desesperación cada vez que ve una encuesta y constata cómo Vox apenas baja y él apenas sube.
4. Carencia de empaque
Si, como evidenció aquella célebre foto, gusta de ponerse a pensar delante del espejo, igual no acaba de gustarle el reflejo que este le devuelve. Alguien debió de aconsejarle que se dejara barba para infundir más respeto, pero ni bajo ella consigue esconder al bisoño que lleva dentro. Sin traje y sin barba podría perfectamente pasar por el universitario que nunca fue. Todavía, si se lo propone, podría dar el pego por el césped de cualquiera de esas facultades por cuyos pasillos apenas se le vio.
5. No transmite autoridad
El último congreso de su partido le otorgó todo el poder, y seguro que en los despachos de la sede lo ejerce firmando disposiciones, resolviendo contenciosos y, tomando decisiones, pero de puertas hacia fuera lo que parece es un lechuguino en peligro a quien a las primeras de cambio lo puede chulear cualquiera de los suyos. No resiste la comparación con ninguno de sus predecesores, porque Aznar era resolutivo y Rajoy, a pesar de su afición al tancredismo cuando tenía que pegar un puñetazo en la mesa lo pegaba. Por no hablar de “don Manuel”, que si levantara la cabeza y lo viera sentado en la que fue su silla, seguro que se pillaba uno de aquellos célebres cabreos suyos en los que temblaban los cimientos de Génova. Hasta con Hernández Mancha sale Casado perdiendo en las comparaciones.
6. Torpeza en la formación de equipos
Si tú eliges a alguien como Cayetana a tu lado, has de tener claro que va a hacer lo que hizo. Destituirla fue un error porque dejó a la luz a un Casado incapaz de resolver la insubordinación. En lugar de autoridad, pareció actuar con miedo y el resultado no está siendo mejor. Tanto la sustituta como portavoz en el Congreso, como García Egea o él mismo se empeñan en mantener la misma agresividad que la que exhibía la destituida. Pero con menos cultura y, por supuesto, con menos estilo. Hasta para insultar hay que tener clase.
7. Su brujuleo desconcierta
Es cierto que los políticos han de manejar el arte de decir ahora una cosa y poco después la contraria. Pero tal cometido exige la habilidad suficiente para no hacer un ridículo en el que Casado incurre con excesiva frecuencia. Los cambios de opinión, el olvido de las promesas indignan al respetable. Y en su caso resulta patético. Por eso apenas rasca bola en autonomías históricas como Euskadi o Catalunya. En cuanto a Galicia, habría que ver qué ocurría si no estuviera Feijóo.
8. Incapacidad para ejercer una oposición constructiva
Hay que reconocerle una habilidad: la de haber convertido el Congreso de los Diputados en un lugar cada vez más odiable. Hubo un tiempo en que los plenos eran divertidos, otros interesantes, siempre han existido momentos agrios, es verdad, pero ahora son directamente desagradables. Vomitivos. Tardaremos mucho tiempo en olvidar la horrible crispación por la que apostó durante los días más complicados del primer confinamiento. El miedo que teníamos en el cuerpo aumentaba cada vez que veíamos cómo se comportaban tanto él como su equipo en aquellos trágicos momentos. Y ahí siguen con el raca-raca.
9. Deslealtad en cuestiones de Estado
Sus intentos de torpedear las ayudas europeas para recuperarnos de los efectos de la pandemia los pagará caros. Los ciudadanos no van a olvidar la deslealtad que supuso intentar boicotear las negociaciones del gobierno de coalición para conseguir unos fondos imprescindibles que nos ayuden a levantar cabeza. Su empeño en no desbloquear situaciones enquistadas como la de Televisión Española o el Consejo General del Poder Judicial demuestran escasa altura de miras y lo que es peor: miedo a las consecuencias de las fechorías que el PP tiene pendientes de juicio. Por mucho que se empeñe en que el pasado sea el pasado… mona se queda.
10. No consigue captar nuevos adeptos ni recuperar votantes perdidos
Tampoco le ayuda esa imagen de crispación permanente, de duda, ese empeño en criticar, insultar y torpedear sin apenas realizar propuestas. Esa propensión a ser previsible: cada vez podemos adivinar mejor, sin riesgo de equivocarnos, cuál va a ser su próxima declaración antes que se produzca. Basta con saber qué hace y dice el gobierno para tener claro qué va a contestar el PP. No sorprenden, no animan, no captan nuevos adeptos y muchos de los antiguos se les siguen escapando por las alcantarillas hacia los dominios de la ultraderecha. Quienes los continúan votando aún lo hacen, sobre todo, para intentar impedir que gane la izquierda. Pero proponer lo que se dice proponer… Pablo Casado no propone nada. Ni pincha ni corta, ¿O sí?
A saber qué es peor.
Hasta aquí por hoy, con el permiso del lector, las primeras 10 razones de las 1.000 existentes para sugerirle a Casado que se vaya a su casa. Las 990 restantes, si les parece, las dejamos para otro día. O días.
J.T.
sábado, 6 de febrero de 2021
La gerente que odiaba los móviles
- ¡Qué escándalo, este paciente tiene un móvil, que se lo quiten!
viernes, 5 de febrero de 2021
El desencanto
Si a pesar de tanto bribón como hemos sufrido en las altas esferas desde los años en que empezamos a sacudirnos la caspa franquista; si a pesar de lo mucho que robaron durante décadas, aún así nuestro país ha conseguido hacerse un hueco entre las economías más potables de Europa… ¿se imaginan dónde podríamos estar si hubiéramos sido gobernados por gente decente?
Si la Iglesia no siguiera disfrutando de la capacidad de presionar que aún conserva, si entidades bancarias y grandes empresarios invirtieran el tiempo que dedican a conspirar en hacer mejor su trabajo, si los medios de comunicación nos contaran la vida como es y no como quieren que sea esas mafias de tres al cuarto que los manejan; si militares, jueces y policía se limitaran a cumplir con su obligación de servir a la ciudadanía, ¿se imaginan cómo seríamos?
Robó Pujol, robó el rey, robaron banqueros y vicepresidentes del gobierno, robaron alcaldes y consejeros del bipartidismo y de los partidos nacionalistas, prevaricaron jueces, por las cloacas se movieron cantidades indecentes de dinero, por la cárcel pasan banqueros, empresarios de postín, tesoreros de partidos políticos, presidentes de autonomías, miembros de la Casa Real… “Lo siento, me he equivocado y no volverá a ocurrir”. Pero es mentira, ha vuelto a ocurrir y seguirá ocurriendo. “Estoy en política para forrarme, llegó a admitir en público cierto político valenciano; “Si cae la rama del árbol, al final caerán todas", amenazó el "honorable"...
¿Qué misterioso componente hay en nuestro ADN que acaba convirtiendo en corruptos a buena parte de quienes nos gobiernan? Encuéntrame diez justos y no destruiré Sodoma, le dijo Yahvé a Abraham. Aquí en lugar de destruirnos, el tal Yahvé nos ha llevado al desencanto. El desencanto a veces se puede convertir en escepticismo pero también en indignación o en ganas ciegas de revancha. Quizás eso explique el crecimiento de la ultraderecha, de raíces tan corruptas como sus hermanos de leche, pero que decidió separarse de ellos y aprendió a capitalizar desalientos y decepciones.
Si, con las payasadas del inmaduro Casado y su patética cohorte, el PP lleva tiempo oliendo a ruina, tras la confesión de Bárcenas parece que se avecina la catástrofe definitiva. Si estaba todo tan podrido, ¿cómo podemos poner orden aquí? ¿por dónde empezaríamos y quién lo haría? Quiero creer que el actual gobierno de coalición tiene esa posibilidad, pero ¿cómo no temer que esa fe sea más bien ingenuidad? Para muchos de quienes lo votaron en 1982, los primeros años de Felipe González no tardaron en convertirse en desencanto, luego en decepción y más tarde en tristeza hasta desembocar en la indignación actual. 1982, qué casualidad, la misma fecha en que Bárcenas sitúa el comienzo de la corrupción en el PP, por entonces todavía conocido como Alianza Popular. Afananza Pandillar, Forges dixit.
Han dejado este país hecho unos zorros y lo hemos descubierto tras años creyendo que lo estaban modernizando, que nos colocaban a la altura de los avances del reto europeo, y desde el rey hasta el último mono con poder lo que estaban haciendo era llevándoselo crudo a manos llenas con absoluta conciencia de impunidad y lo que es peor: creían tener derecho a ello.
¿Cómo ponerle el cascabel a tantos gatos como todavía andan sueltos? ¿Cómo acabará la película del fugitivo de Abu Dhabi? ¿Y la del megaubicuo comisario Villarejo? ¿Cómo se desarrollarán tantos juicios pendientes en los que aún anda implicado el PP? Lo peor es que nos hemos acostumbrado a escuchar con normalidad las barbaridades que han cometido. Parece como si hubiéramos agotado nuestra capacidad de asombro, todo nos resulta tan lógico que cuando nuestras sospechas se convierten en noticia, nadie se indigna, nadie parece escandalizarse.
Ese desánimo es una amenaza en toda regla para nuestro futuro si no nos lo quitamos pronto de encima. El desencanto es uno de los caladeros donde mejor pesca la ultraderecha. Tendría gracia que, por no ser capaces de plantar cara como es debido, esto acabe de nuevo en manos de quienes aún conservan, bien guardaditos en sus armarios, los trajes llenos de caspa de sus antepasados fascistas.
J.T.