lunes, 27 de mayo de 2024

Ya está bien de procrastinar, presidente


Teniendo en cuenta que haga lo que haga van a ir a por él, no tiene ya ningún sentido que Pedro Sánchez continúe dilatando aquellos asuntos urgentes en los que prometió meter mano cuando decidió resucitar al quinto día. Por parte de la derecha ultra y la ultraderecha, en cualquier caso le va a caer siempre la del pulpo porque esa es la consigna: leña al mono sin misericordia alguna hasta conseguir acabar con él. Entonces… ¿qué sentido tiene, por ejemplo, continuar aplazando la renovación del CGPJ, mantener la ley mordaza o no apostar sin más dilación por unos informativos decentes en Televisión Española?


Pasan las semanas y la regeneración no llega. Lo único que hemos sacado en claro tras la comparecencia en el Congreso el pasado miércoles 22 es que no lo van a quebrar, vale, pues muy bien. Vamos a esperar a que pasen las elecciones europeas, nos dice ahora. Cada vez que posterga lo impostergable no puedo evitar que me suene a excusa de mal pagador. Mañana martes se producirá, esperemos, el reconocimiento de Palestina; el jueves está prevista la luz verde a la amnistía. Sabe que con estas iniciativas le esperan ataques inmisericordes, ¿qué más le da entonces haber empezado ya a abordar asuntos que desde hace mucho tiempo tenían que estar solucionados?


¿Cuál será la próxima excusa del presidente del Gobierno para aplazar lo inaplazable? ¿El verano, Catalunya, la guerra, que no es el momento, que no se dan las condiciones? Ha tenido suficiente tiempo para poner pie en pared a las fechorías judiciales, a la impunidad de los bulos, a las afrentas del mundo económico. No lo ha hecho. Ergo.. no quiere hacerlo. Más caña de la que le han metido ya no le pueden meter, ¿a qué espera entonces? ¿Por qué se empeña en continuar buscando al PP para que le ayude a aprobar leyes (prostitución, vivienda…) que sus socios rechazan?


Como ha escrito en redes un amigo, cuando resucitó al quinto día, Pedro Sánchez denunció la corrupción de jueces y medios y prometió actuar; a la semana ya no eran los jueces, solo eran los medios. Días más tarde, tras su comparecencia en el Congreso,  todo quedó en “algunos tabloides de ultraderecha”. Así es: saca el micrófono pero no canta, amaga pero no remata la faena. Procrastina. Dilata y desespera a su electorado progresista al tiempo que enerva a sus adversarios, que siguen sin asumir ni entender cómo demonios continúa en el sillón.


Adversarios, por cierto, que no solo son las derechas de nuestro país o estridentes mandatarios como el argentino, sino dinosaurios –y no dinosaurios- de su propio partido. Como todo el mundo sabe, el fuego amigo (o ex amigo) suele ser siempre el más peligroso. El otro día en la tele, intentando quizás blanquearse mutuamente, Motos y Felipe  se despacharon a gusto poniendo a parir a Sánchez y a Zapatero. Durante el hediondo espectáculo, González estuvo presumiendo de haber sacado mayorías absolutas que ahora no se producen. Dejando de lado la perversión que significa ignorar la diferencia de contexto histórico, me hubiera gustado ver qué resultados habría obtenido él si, en sus propias filas, hubiera existido un viejo gruñón intentando a diario segarle la hierba bajo los pies. Como ha escrito un viejo militante socialista: “nuestros ídolos de entonces arrojando paladas de tierra sobre su propia historia”.


Tanto ataque desde flancos tan distintos es parte del combustible que permite a Sánchez, a pesar de tantas promesas incumplidas, continuar cabalgando mientras ladran quienes lo tratan de okupa, quienes están convencidos que el orden natural de las cosas es que las izquierdas, incluso las descafeinadas, vivan siempre en la oposición y sean las derechas las que disfruten del poder. Como está mandado.


La verdad es que resulta casi milagrosa la supervivencia de un gobierno de coalición con el que se ha evitado, al menos de momento, la llegada de la ultraderecha al poder. Aún así, los bárbaros continúan a las puertas de la ciudad amenazando con entrar a saco. No tener escrúpulos es un valor añadido y hay que reconocer que unos tienen menos miramientos que otros. Como recordaba Gabriel Rufián hace unos días, la verdadera izquierda necesita de reflexión y de pensamiento mientras que la derecha solo necesita las teles… y las tienen. Unos escuchan a su conciencia; los otros solo a sus asesores fiscales. 


Que las derechas estén convencidas de que el poder debe ser suyo se entiende. Lo que ya se entiende peor es que la izquierda, cuando está en el poder, lo ejerza acomplejada y parezca que anda pidiendo perdón o permiso cada vez que da un mínimo paso adelante en materia de derechos para la mayoría, o cuando apuesta por esa justicia social a la que los fascistas califican sin complejos de “aberrante”. 


No es de recibo que, por mucho éxito económico y reconocimiento internacional del que se pueda presumir, por muy bien que esta vez pueda llegar a resolverse el puzzle catalán, continúen pendientes a día de hoy tantos asuntos urgentes. Cuando pasen las elecciones europeas, sean cuales sean los resultados, te van a continuar machacando igual, presidente, así que lo mismo toca remangarse de una vez sin continuar buscando excusas de mal pagador y hacer sin demora lo que dijiste que ibas a hacer, lo que tenías que haber hecho hace ya mucho tiempo. Vamos tarde. 


J.T.



lunes, 20 de mayo de 2024

“Desembarrar desde la periferia”


La frase es de Antonio Maíllo, recién elegido para pilotar Izquierda Unida: hay que “desembarrar” la atmósfera política, es urgente, y debe hacerse desde la periferia. Hay vida, mucha vida en España más allá de lo que ocurre en Madrid. Lo que se cuece dentro de la M30 no puede dirigir las vidas de una ciudadanía tan diversa y plural como la que somos.


No es de recibo que la capital del reino, con un alcalde al frente que no desaprovecha ninguna oportunidad de las que encuentra a su paso para alinearse con la intolerancia. nos marque el paso al país entero hasta con el calendario festivo de una ciudad cada vez más anti-resto de España. No solo hay jueces en Madrid, no solo hay tertulianos en Madrid, por mucho que haya televisiones que se los lleven de gira para analizar elecciones ya se celebren estas en Euskadi o en Catalunya. 


No es de recibo tampoco que la presidenta de esa Comunidad Autónoma marque la agenda política nacional en buen número de ocasiones ejerciendo la oposición al Gobierno de la nación como si estuviera sentada en el Congreso de los Diputados. Como no lo es que se atreva a organizar un triste remedo de revista militar en la fiesta del dos de mayo. Una Comunidad, por cierto, que fue creada artificialmente en su día porque, cuando se dibujó el Estado de las autonomías, no sabían qué hacer con una región que se quedaba aislada y ninguna de las dos Castillas quería tener nada que ver con ella. Se inventó de la nada y miren por dónde va ya la linde.


Catalunya acaba de demostrar que lo que nos venden desde Madrid no tiene nada que ver con la realidad que se vive en ninguna de sus cuatro provincias. Sus gentes han votado aquello por lo que algunos partidos autodenominados constitucionalistas decían querer y ahora esos mismos partidos, colgados de la brocha y sin escalera, buscan reorientar el mensaje una vez más desde la óptica madrileña, intentando mantener vivos debates que se han vuelto añejos: el independentismo ya no tiene mayoría, el procès ha pasado a mejor vida, y aún así Feijóo y Abascal se resisten a aceptar el nuevo escenario. Contra el procés se vivía mejor. 


Por eso lleva razón Antonio Maíllo: hay que desembarrar esto. Ha llegado el momento en que la periferia ha de alzar la voz más de lo que hasta ahora lo ha hecho y no continuar dejándose comer terreno. El encuentro ayer del fascismo global en Madrid no se habrían atrevido a convocarlo en Euskadi, ni siquiera en Andalucía, mucho menos en Catalunya, o en Baleares por mucho que allí los ultras, como en Valencia, Aragón o Castilla León, trabajen a destajo desde las instituciones para horadar la convivencia. 


De Madrid, la única política que le concierne al resto de España es la política de Estado, dado que en la capital es donde tienen su sede las principales instituciones. Pero hasta ahí. Punto. En ese Madrid DF no pintan nada Almeida ni Ayuso, por mucho que nos los intenten meter a ambos hasta en la sopa. La política de Estado es  gestionar iniciativas como, por ejemplo, el reconocimiento de Palestina o la búsqueda de soluciones para mejorar la vida a los ciudadanos del Campo de Gibraltar. Desembarrar la política desde la periferia es, entre otras muchas cosas, eso. En breve tendremos nuevo gobierno en Euskadi tras la celebración de unas elecciones impecables; en Catalunya es factible que también se consiga formar pronto un nuevo ejecutivo, propiciando así la puesta en marcha por fin de políticas de mejora que llevan largo tiempo durmiendo el sueño de los justos: sanidad, educación, política hidráulica…


Durante la campaña electoral catalana, el PP se olvidó de la palabra amnistía y se cuidó muy mucho de criticar los indultos. En Madrid, en cambio, han convocado una megamanifestación contra esas mismas medidas el próximo domingo 26. Madrid por un lado y el resto de España por otro. Imagino que algún día esa olla a presión dejará de serlo antes de acabar reventando sin remedio. La crispación y el mal rollo no nos representan. Que Madrid sea el ombligo del mundo, no es el camino. Estoy con Antonio Maíllo: hay que desembarrar desde la periferia. 


J.T.




lunes, 13 de mayo de 2024

El “caso Almería” no puede, ni debe, olvidarse


Este diario se ha ocupado en distintas ocasiones de recordar aquellos crímenes cometidos por miembros de la Guardia Civil, pero quizás sea bueno refrescar la memoria ahora que se cumplen cuarenta y tres años de los hechos: un joven almeriense que trabajaba en Santander decidió acudir en mayo de 1981 a la celebración de la primera comunión de su hermano pequeño, y aprovechó la ocasión para invitar a dos de sus amigos a conocer la tierra donde nació. Mientras atravesaban en coche la península de norte a sur, en Madrid tres militares mueren tras sufrir un atentado en la calle Conde de Peñalver esquina Goya.


En algún lugar, alguien decidió que las caras de dos de los presuntos autores que aparecía en los periódicos eranidénticas a las de dos de los jóvenes viajeros. Juan Mañas apenas tiene tiempo de presentar la familia a sus amigos, Luis Cobo y Luis Montero, o de enseñarles algo de Almería porque la guardia civil no tarda en detenerlos. Al poco tiempo, en el desierto de Tabernas-Gérgal y cercano a una carretera, aparece carbonizado el coche en el que llegaron a Almería con los cuerpos de los tres jóvenes destrozados y prácticamente irreconocibles. 


El teniente coronel Castillo Quero, que así se llamaba el jefe de la Comandancia, y sus hombres declararon que cuando se proponían trasladar a Madrid a los tres detenidos, al poco de iniciar el viaje se vieron obligados a disparar a las ruedas del coche para que estos no escaparan; el automóvil cayó por un terraplén y, tras incendiarse, los tres murieron sin que ellos pudieran hacer nada por salvarlos. La explicación no podía ser más burda para un asunto tan espantoso. 


Una patata caliente más para el Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo (UCD) en aquella primavera de 1981, año que ya venía de por sí bastante cargadito: en enero había dimitido Adolfo Suárez, al mes siguiente tuvo lugar el intento de golpe de Estado en el Congreso de los Diputados (23F); poco después el Banco Central de Barcelona fue asaltado por un grupo armado que, tras encerrarse con casi trescientos rehenes, pedía la liberación de Tejero y de varios golpistas más; además, una intoxicación masiva producida por el consumo de aceite de colza causó la muerte de trescientas personas y afectó, con graves secuelas en algunos casos, a más de veinte mil…


Cuando Juan José Rosón, ministro del Interior, se vio obligado a comparecer para explicar qué demonios había pasado en Almería, lo califica de “trágico error”. Costó mucho trabajo que la cosa no quedara ahí, dado que los intentos por correr un tupido velo desde instancias oficiales fueron muchos. Darío Fernández, el abogado que se hizo cargo del asunto en nombre de las familias de las víctimas y consiguió que al teniente coronel y a dos de sus hombres se les condenara por tres delitos de homicidio, fue sometido a todo tipo de presiones y amenazas durante el tiempo que duró la instrucción del caso. 


Aunque los jueces denegaron la reconstrucción de los hechos, en la sentencia quedó probado que “el teniente coronel Castillo y sus hombres torturaron hasta la muerte a los tres detenidos en un cuartel abandonado llamado Casasfuertes y que posteriormente, y con el fin de intentar eliminar evidencias, despeñaron su vehículo por un terraplén, le dispararon numerosas veces y le prendieron fuego”.


Puede uno imaginarse la sensación de impotencia de las familias de Cobo, Montero y Mañas. Durante un tiempo se llegó a insinuar que, aunque había sido un error, se trataba de delincuentes comunes. Cuando faltaban solo unos meses para que el PSOE llegara al poder, se intentó organizar un festival para recaudar fondos con los que ayudarles a pagar los gastos judiciales. Entre otros, iban a actuar Paco Ibáñez y Carlos Cano, pero el gobernador civil de Almería lo prohibió. Esa era la cera que ardía aún, cuando hacía ya casi siete años que había muerto Franco y la celebrada Transición estaba a punto de acabarse. 


Hasta 1999 no supimos que los tres condenados -por homicidio, que no por asesinato- fueron expulsados de la Guardia Civil, sí, pero estuvieron cobrando durante años con cargo a los fondos reservados. Y hasta enero de 2023, es decir, hasta el año pasado, a las familias no se les había pedido perdón. Les pedimos perdón “desde el corazón del Estado”, les dijo el secretario de Estado de Memoria Democrática tras entregarles tres diplomas de reparación en una acto celebrado en la Subdelegación del Gobierno de Almería. “No cabe justificación”, añadió la directora general de la Guardia Civil, “aquellos terribles hechos no deberían haberse producido jamás”.


“Demasiado tarde”, comentó Francisco, el hermano de Juan Mañas, quien se quedara sin celebración cuando tenía diez años y que ya cuenta cincuenta y tres. Desde luego es demasiado tarde para casi todo, pero no para procurar que no se olvide. Este fin de semana, varias decenas de personas han acompañado un año más a sus familiares al lugar donde ardió el coche para homenajear a las tres víctimas de aquel acto de terrorismo de Estado. 


Un pequeño monumento recuerda lo sucedido, como lo hace la película que Pedro Costa Musté dedicó al caso (se llama "El caso Almería" y está en Filmin), o los libros de Antonio Ramos Espejo, “Mil kilómetros al sur” y “Abierto para la historia”. Abierto sigue, porque aquel juicio cerrado en falso (entre otras razones porque en los hechos participaron once guardias civiles y solo fueron juzgados tres) acabó –técnicamente- con la posibilidad de que algún día pueda saberse la verdad de lo que ocurrió y por qué ocurrió.  


J.T.









lunes, 6 de mayo de 2024

¿Dónde está el punto y aparte?




Desconozco la rentabilidad que podrán proporcionarle a Salvador Illa el próximo domingo electoral en Catalunya los cinco días que su jefe anduvo desaparecido, retirado en los cuarteles monclovitas. Aquellos cinco días de silencio que ya parecen tan lejanos, aquellas cinco largas jornadas de zozobra y temblor de piernas para los socialistas, para los socios minoritarios en el gobierno de coalición y hasta para los partidos que apoyaron la investidura. Ni Puigdemont se libró del tembleque.  


Vamos a ver qué pasa el próximo día 12 de mayo. Ahí puede que empecemos a entender parte de la última jugada con fuego de ese amante de los espectáculos de riesgo llamado Pedro Sánchez. Ya es la tercera vez que lo hace. La primera, cuando en 2016 lo defenestraron en su propio partido y apenas tardó año y medio en resucitar; la segunda fue en Europa, ¿recuerdan?, cuando hace dos años se enfadó en una reunión del Consejo Europeo porque no conseguía pactar medidas para bajar el precio de la luz y abandonó la sala tras pronunciar aquella célebre frase: “Me voy a airear un rato”. La espantá de hace una semana sería la tercera, o puede que la cuarta, si incluimos la convocatoria de elecciones generales anticipadas en mayo del año pasado, tras el descalabro en las autonómicas y municipales. 


Su verdadera habilidad es que casi siempre nos vende la nada, pero se las ingenia para crear expectativas de manera tan magistral que los demás acabamos creyendo que pasará algo. Sabemos que va a terminar llevando al huerto a quienes confiamos en que esta vez será la buena y que por fin los malos van a recibir su merecido. Pero aún así consigue que la mayoría experimente cierto alivio cuando sale a flote del órdago de turno porque al final hay que admitir, si se mira a su alrededor y analizamos las alternativas posibles, que gana en casi todas las comparaciones. Así está la cosa.


Lleva diez años pareciéndole el mal menor a buena parte de la ciudadanía porque no solo tiene la habilidad del trilero profesional, sino que la mayoría de sus adversarios políticos le ponen en bandeja la supervivencia. Está demostrado que es capaz de pensar una cosa y la contraria, asegurar que no va a hacer lo que acabará haciendo y prometer que hará lo que jamás hará. Sabemos que una vez superado el mal trago cambiará pocas cosas o ninguna. Pues bien, aún así continuamos creyendo que igual esta vez cae la breva. 


Desde su última resurrección el pasado lunes 29 de abril no ha movido ni un solo dedo para que cambie nada pero ahí andamos, esa ciudadanía a la que se dirigió contrito, soñando con la renovación del poder judicial, con que los medios que se dedican a mentir se verán obligados alguna vez a dejar de hacerlo, o con que por fin la televisión pública del Estado será una televisión decente. 


La derecha ultra y la ultraderecha, por mucho que continúen con sus infectos raca-racas y sus nauseabundas amoralidades, a veces dan la impresión de no estar del todo contrariados con la continuidad de Sánchez. Menudo marrón haberse tenido que preparar de prisa y corriendo para gobernar, ¿verdad, señor Feijóo? Cada día que pasa anda el todavía líder de la oposición más cómodo en su papel de gruñón eterno, sin gobernar porque no quiere, sin zafarse de Vox porque no quiere, sin llamar al orden a Ayuso porque no quiere… 


Tras el domingo 12 de mayo, ocurra lo que ocurra, los focos serán para las elecciones europeas. Así llegaremos al 9 de junio y a las vacaciones de verano sin que, tras aquellos cinco lejanos días de silencio, haya cambiado nada. Quienes sueñan con que algún día acabe pegando un puñetazo encima de la mesa y resuelva algo de lo que lleva tanto tiempo pendiente más les vale esperar sentados. Eso solo ocurría cuando, desde dentro del gobierno, Podemos empujaba hasta conseguirlo.  


Lo sabemos de sobra, nos cabreamos al comprobar que hemos sido ingenuos una vez más, pero pareciera que nos resignamos al mal menor, sobre todo cuando imaginamos cualquier escenario distinto en la Moncloa. No veo yo mucha regeneración en el horizonte, no tengo claro que a corto plazo deje de haber jueces que practiquen el lawfare o periodistas que se vean obligados a pagar caro dedicarse a la mentira. De momento no es punto y aparte, ni siquiera punto y seguido. Como mucho, una mísera coma. 


J.T.