Tardabas en darte cuenta que detrás de las fotos se encontraban las urnas. Eran cinco imágenes ampliadas, con su correspondiente marco cada una, tomadas en los años treinta, meses antes de que, a quienes aparecían en ellas, los mataran y los hicieran desaparecer; instantáneas descolgadas de las paredes de las casas familiares y trasladadas un sábado de mayo de 2025 hasta la Casa de la Cultura de Nigüelas, provincia de Granada, para presidir el homenaje que allí iba a tener lugar. No debían llevar mucho tiempo colgadas las fotos, sin duda hizo falta superar el miedo que durante décadas se instaló en el valle de Lecrín hasta que, de un tiempo a esta parte, la ley les otorgó por fin el derecho de reivindicar la memoria de sus antepasados asesinados, reclamar su búsqueda y que se llevaran a cabo los trabajos necesarios para certificar su identidad.
Las urnas con sus restos, colocadas tras las fotos en una mesa con la bandera republicana dispuesta sobre el escenario, iban a ser entregadas a sus familias durante un acto de reparación tan entrañable como solemne. En la fosa número uno de esta localidad con poco más de mil habitantes se han encontrado diecinueve cuerpos y todavía hay catorce pendientes de ser identificados. Eran vecinos de Alhendín, Lanjarón y otras localidades no demasiado lejanas, cuando sus asesinos no tuvieron suficiente con matarles en agosto de 1936 sino que además les hicieron desaparecer transportando sus cuerpos hasta el cementerio de esta localidad casi escondida donde hoy nos encontramos. Les robaron hasta el derecho al duelo, que cinco de ellos hoy por fin recuperan.
Asistir a un acto de este tipo, en mi caso se trataba de la primera vez, es una experiencia sobrecogedora. Arqueólogos e historiadores intervienen para resumir sus trabajos. Explican que la zanja tenía metro y medio de profundidad y que los cuerpos, maniatados la mayoría, además de los impactos de las balas presentaban signos de violencia. Las cinco personas a quienes el laboratorio de Identificación Genética de la Universidad de Granada ha conseguido ponerle nombre y cuyos restos hoy son devueltos a sus familias, se llamaban Juan Antonio Pérez Ortega, Francisco Tito Mingorance, Francisco Ruiz Pérez, Ángel Matarán Muñoz y su hijo Alfonso, de 19 años.
Matarán padre era maestro de escuela en Alhendín durante la República y fue señalado por el cura del pueblo apenas se produjo el golpe de Estado. Su delito: haber cerrado las ventanas de la escuela años antes cuando pasaba una procesión para que el ruido no le impidiera continuar impartiendo la clase. Su hijo mayor se empeñó en acompañarlo al cuartelillo cuando la guardia civil fue a buscarlo a casa para “hacerle algunas preguntas” y nunca más se supo de ninguno de los dos hasta que hace poco las pruebas de ADN confirmaron la identidad de ambos. Francisco Tito Mingorance, guardia civil, fue secuestrado y ejecutado por sus compañeros y su rastro se borró hasta de los registros, Juan Antonio Pérez Ortega fue asesinado de varios tiros en la nuca delante de sus hijos…
Estremece escuchar a sus familiares contar estas historias cuando les toca subir al atril. Son personas jóvenes en su mayoría que han mantenido viva la necesidad de reparación que sus mayores buscaron durante toda su vida. Habían sido testigos directos del momento en que sus antepasados fueron “arrancados violentamente de la vida”, en palabras de la poetisa Julia Ochoa recitadas por la profesora Andrea Villarrubia y han muerto, algunos hace poco tiempo, sin poder ser testigos del momento con el que siempre soñaron.
“Han vuelto con nosotros”, proclamó el periodista Francisco Vigueras; “No se reciben unas cajas con restos humanos, sino con dignidades humanas”, puntualizó durante su intervención Juan Mata, profesor de la Universidad de Granada. Mientras escuchaba estas intervenciones, todas ellas envueltas en una intensa, pero contenida, carga emocional me preguntaba cómo es posible que, cuando aún quedan tantas heridas por cerrar como es debido, estemos asistiendo de nuevo en España a la revitalización del mismo fascismo y la misma intolerancia que desembocó en aquella tragedia. Por eso me parecieron tan oportunas las palabras de mi compañera Nieves Concostrina durante su intervención en el homenaje:
“Yo ya no disculpo ni a los cobardes, ni a los desinformados, ni a los desganados, porque por su culpa la democracia, las libertades y los derechos corren serio riesgo”, dijo. Y añadió: “A los mismos que secuestraron la educación en su momento y señalaron a los maestros a los que mataron, se les ha vuelto a poner la mayor parte de la enseñanza bajo su dominio y su control”. Todas las alertas que se divulguen en esta línea serán pocas. Por eso, actos de justicia y reparación como el de Nigüelas deberían conocerse y difundirse todo lo posible. Que es, sin duda, mucho más de lo que se hace. Entre otras cosas porque poseen un alto valor pedagógico e invitan a no bajar jamás la guardia, a reflexionar, tomar nota y trabajar sin descanso para que la historia no vuelva a repetirse.
Aún quedan decenas de miles de personas ejecutadas hace casi noventa años y que continúan desaparecidas o sin identificar. Ya que nos encontramos en la provincia de Granada, se me ocurre que igual algún día conseguimos por fin asistir a un acto similar con los restos de Federico García Lorca, asesinado también por los mismos días en que lo fueron quienes el pasado sábado 24 de mayo homenajeamos en Nigüelas. Como proclamó durante el acto Juan Alberto Martínez Yáñez, vocalista del grupo “Niños Mutantes”: “Aunque nos roben la vida/Aunque nos quiten la sangre/Tendré que seguir cantando/ aunque no me escuche nadie”.
J.T.
No hay comentarios:
Publicar un comentario