Gobernar con votos de la izquierda y hacer cosas de derechas es un timo a la mayoría progresista de este país que dura ya demasiado tiempo. Llevamos siete años confiando en que a los ultras se les ponga de una vez en su sitio y no hay manera de que estos pierdan fuelle. Al contrario, cada vez cuentan con más foros donde soltar sus arengas anticonstitucionales. Caen chuzos de punta y al presidente parece como si no le afectara. Hasta ahora ha sobrevivido, sí, pero ¿seguro que no podía haber hecho algo hace tiempo para que evitar la llegada del clima irrespirable que soportamos? ¿Se trata de sobrevivir o de poner las bases para que el fascismo nunca tenga la posibilidad de gobernarnos?
¿Acaso no tenemos claro lo que nos espera apenas lleguen al poder? Los viernes negros de Soraya y Montoro en tiempos de Rajoy anunciándonos cada semana recortes y pérdidas de derechos serán un juego de niños comparado con lo que serán capaces de hacer Feijóo y Abascal apenas puedan. No se evitará esto limitándose a usar el miedo como coartada cuando llegan tiempos electorales. “Que viene el lobo, vótenme a mí”. Te votan a ti, consigues formar gobierno gracias al apoyo de partidos de izquierdas y, salvo en asuntos sociales, y no en todos, te dedicas a practicar parecida política a la que estaría haciendo el Partido Popular.
Esta manera de actuar tiene una fecha de caducidad que cada día parece más cercana. Porque huir hacia delante no es el camino. Y eso es lo que se hace cuando no se tocan los intereses de los bancos, ni los de las constructoras o las empresas energéticas, o cuando aumentas el gasto militar. Huir hacia delante es lo que se hace también cuando no rompes relaciones con países genocidas, cuando procrastinas a la hora de poner orden en el ámbito judicial o cuando no limpias a fondo y para siempre el repugnante y hediondo mundo de las cloacas.
La derecha está impaciente porque no consigue echar a Sánchez a pesar de la pertinaz estrategia de acoso y derribo que practica sin descanso, pero si yo fuera Aznar o alguno de sus secuaces igual no me preocuparía tanto. Esferas de influencia claves para el funcionamiento del país nunca han dejado de estar en manos de gentes pro PP. Este gobierno ha apostado por la cohabitación con los poderes fácticos de las derechas en lugar de plantarles cara, ha preferido dejar pasar fechorías imperdonables en lugar de pegar un puñetazo sobre la mesa cuando se pasan veinte pueblos y decir hasta aquí hemos llegado.
Huir hacia delante dedicándose a pulir la imagen internacional no es la solución. No puedes dejar pasar tanto torpedeo intolerable porque si lo haces, al final estás allanándoles el camino. La Conferencia de presidentes autonómicos, bufonadas de la responsable madrileña aparte, me hacía recordar este fin de semana lo que ocurrió a mitad de los años 90, cuando el aumento de la cuota de poder en ayuntamientos y autonomías por parte del PP fue el preludio de la victoria de los populares en las elecciones generales de 1996.
Ya gobiernan en once comunidades, en muchas de ellas gracias a infames pactos con la ultraderecha, y en las dos ciudades autónomas también, mientras los socialistas continúan dormidos en los laureles, templando gaitas para evitar que se inquieten la iglesia, la monarquía o el dinero y renovando licencias a las televisiones privadas hasta el año 2040 para que les sigan metiendo caña desde la mañana hasta la noche.
Si el presidente y sus ministros saben, porque seguro que lo saben, que la derecha nunca les agradecerá ningún favor, que no tendrán piedad alguna con ellos cuando consigan descabalgarles ¿por qué no dejan de pasarle balones para que continúen marcando goles? ¿les va la marcha y no tienen nada que decir cuando te montan manifestaciones llamándote mafia, por ejemplo? Aquí hay algo que se me escapa.
Insisto, solo haciendo cosas de izquierdas se fijan los límites con las derechas y se conserva la confianza de tu electorado. El comodín del miedo al fascismo, como estamos viendo ya en tantos países, llega un día en que deja de funcionar. Si haces cosas de derechas al final el votante, aunque vaya en contra de sus propios intereses, preferirá el original a la copia.
J.T.
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