Insoportable Ayuso, insufrible, irritante Ayuso. Sufro un empacho serio producto de las continuas astracanadas proferidas por la presidenta madrileña. Decidí hace ya bastante otorgarle la mínima atención posible a esta desmesurada señora, pero admito que resulta imposible cumplir el propósito porque no hay lugar en el que no me la encuentre.
Abro el periódico, allí está; enciendo la radio, allí está, sintonizo la tele y me espanto: ahí está también. Me recuerda la ópera prima de Spielberg, “El diablo sobre ruedas” donde un camión le amarga la película entera a un pobre conductor que no encuentra la manera de librarse de su persecución. Invade Díaz Ayuso Facebook, tik tok, Instagram, X, bluesky… No hay red social en la que no acabemos topándonos con alguno de sus exabruptos. Cada día que pasa se supera, cada día que transcurre las suelta más gordas. Escandalizados ante tamaño desahogo, acabamos cayendo en la provocación diseñada por su ventrílocuo y reproduciendo la bravata de turno. Aunque sea para ponerla a parir, pero acabamos reproduciéndola. Es decir: ganan ellos.
En los últimos dias ha agredido al euskera, al lendakari, al rey, a los niños inmigrantes, a la jueza que lleva el caso de su pareja y, por supuesto, a Pedro Sánchez. “¿Saben lo que es cateto? –dijo. Llamarse Juan y pedir que te llamen Jon para encajar en el País Vasco”. Manipuló unas palabras del lehendakari -que dijo “Ayuso entzun, Euskadi euskaldun” (Ayuso, escucha, Euskadi es euskaldun)- para traducirlas como “pim, pam, pum”, victimizarse y agitar por enésima vez el fantasma de ETA.
Cuando Felipe VI condenó en la ONU la masacre en Gaza, se apresuró a marcarle los límites: “El Rey reina, pero no gobierna”. La frase, aparentemente neutra, lleva pólvora dentro. Es el típico comentario envenenado para dejar claro que el jefe del Estado debería callarse cuando se trata de denunciar genocidios cometidos por los amigos de sus aliados. Según el manual que manejan ella y su entorno, primero está Israel, luego la ultraderecha, después su pareja... y mucho más abajo, la decencia.
También ha cargado estos días la presidenta madrileña contra el reparto de menores inmigrantes. “Madrid no va a cooperar con el caos migratorio del Gobierno”, ha proclamado. No ha hablado de integración, ni de recursos, ni de responsabilidad compartida, solo de rechazo. Ni un gramo de empatía, todo envuelto en el victimismo habitual: el Gobierno central la obliga, la arrincona, la persigue. Ella, la mártir.
En el caso de su pareja, defraudador confeso, no lo olvidemos, Ayuso ha decidido que si la ley no le gusta, se la salta o la reinterpreta. “No puede declarar hasta que se pronuncie la Audiencia Provincial”, ha dicho como si estuviera hablando de una receta de cocina. El problema es que sí puede. Y que no lo haga no es culpa de los jueces, sino de la pareja en cuestión. Pero aquí, el relato es lo que cuenta: la justicia persigue al entorno de Ayuso y, por tanto, ella tiene derecho a desprestigiar a los jueces que no se pliegan a sus intereses.
El clímax de esta orgía verbal lo reservó para su enemigo favorito. Según Ayuso, el presidente del Gobierno no solo la quiere derrotar políticamente, sino “destruirla personalmente”. ¿La prueba? Ninguna. ¿La lógica? Tampoco. Pero el victimismo y la sobreactuación son parte de la marca registrada. Si no puede demostrar nada, grita más fuerte. Si te señalan la corrupción, grita “libertad”.
No estamos ante una líder política. Estamos ante una máquina de generar crispación. Cada frase es una provocación medida. Cada salida de tono, un calculado golpe de efecto para llenar minutos en los informativos y portadas en la prensa amiga. Ayuso no gestiona, no propone, no resuelve: polariza. Se alimenta del conflicto, lo necesita. Porque sin enemigos, sin ruido, sin gasolina emocional, no es nada.
Lo peor no es ella, lo peor es que hay quien aplaude ¡Qué gran desgracia tiene Madrid! Y qué pesado resulta que, a quienes vivimos fuera de esa insoportable olla a presión en que se ha convertido la capital de España, esta insufrible señora se nos acabe apareciendo hasta en la sopa. ¡Basta ya!
J.T.

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