viernes, 31 de octubre de 2025

Sánchez, rodeado de alaridos

Al final resultó que la tan esperada comparecencia de Pedro Sánchez en el Senado, esa supuesta trampa mortal que el PP llevaba semanas cocinando, se convirtió en otra cosa muy distinta: un desfile de insolencias, interrupciones y faltas de respeto de los mismos que luego claman por la dignidad de las instituciones. La escena fue digna de película de sobremesa: un presidente del Gobierno rodeado de senadores enfurecidos, un coro de Vox y del PP compitiendo a gritos por ver quién lograba interrumpir más veces, y un Sánchez que, lejos de perder los papeles, pareció disfrutar del espectáculo con la calma del que sabe que no le van a sacar ni una frase de titular.


Porque de eso se trataba: de provocarlo, de arrinconarlo, de hacerle perder los nervios para luego poder decir “ahí lo tienen, el soberbio, el autoritario, el que no aguanta una crítica”. Pero el plan salió mal. Muy mal. Sánchez llegó preparado para la emboscada, y en lugar de morder el anzuelo se limitó a sonreír mientras respondía en un tono que, por contraste, dejó en evidencia el barro en el que chapoteaban sus adversarios.


El PP había montado una escenografía de gran juicio político, con acusaciones, moralinas y aspavientos, pero lo que se vio fue un intento torpe de linchamiento parlamentario. Los portavoces del PP se turnaban en la trinchera, lanzando frases de manual, “usted no da la cara”, “usted debería dimitir”, como si repitieran consignas memorizadas la noche anterior en Génova. Vox, por su parte, fue a lo suyo como siempre: elevar el volumen, interrumpir cada vez que el presidente empezaba a desarrollar una idea, convertir el Senado en una taberna más zafia aún de lo que suele ser. 


Y en medio de todo eso, Sánchez, que pocas veces ha sido santo de mi devoción pero a quien hay que reconocerle que este jueves supo estar. Ni un insulto, ni una descalificación personal, ni una concesión al ruido. Sangre fría, una paciencia casi clínica y la habilidad de responder sin regalar ni una palabra que los titulares pudieran usar en su contra. No les dio el “zasca”, ni el exabrupto, ni el momento de furia que tanto necesitaban para llenar los telediarios. 


Si esto fue una encerrona, la conclusión ha de ser que el presidente salió reforzado porque supo aguantar la bronca, el menosprecio, el tono grosero de una derecha que parece haber olvidado que el Senado es una cámara de representación, no un plató de tertulia. No perdió la compostura, aunque tampoco se privó de tachar de “circo” lo que estaba sucediendo ni de tachar la comparecencia de “comisión de difamación”.  


Lo más irritante para sus adversarios fue que Sánchez no se enfadara, no conseguir sacarlo de sus casillas, que respondiera con argumentos donde ellos llevaban solo ruido. Que demostrara que, incluso rodeado de insultos, el que grita pierde. La derecha pensó que tenía una presa acorralada y acabó mostrando su peor cara: la soberbia del que se sabe con mayoría absoluta y la torpeza del que confunde autoridad con abuso. Los “adalides de la democracia” convirtieron la comisión en un aquelarre de interrupciones, una feria de gestos y exclamaciones. Ni una pregunta de fondo, ni un intento real de esclarecer nada. Todo era performance, puro teatro para el público propio.


No es fácil mantener la calma cuando te insultan, cuando te cortan la palabra, cuando cada frase tuya es interrumpida por alguien que no quiere escuchar sino provocar. Y Sánchez no solo soportó el chaparrón, sino que además consiguió que el vendaval se volviera contra quienes lo desataron. Los mismos que iban a “desenmascararlo” acabaron mostrando el rostro crispado de una oposición que no sabe qué hacer con su propia mayoría. Lo que debía ser un acto de fiscalización terminó como una lección involuntaria de educación política. 


Sánchez no ganó porque convenciera, sino porque sobrevivió a una jauría. En los tiempos que corren, eso ya es mucho. Así que, visto lo visto, uno no puede evitar cierta ironía: el PP quiso montarle un paredón y acabó montándole un pedestal. Vox fue de comparsa ruidosa, como siempre, y el Senado se convirtió, por unas horas, en un espejo incómodo del nivel al que ha descendido el debate político. 


El presidente del gobierno salió airoso, sí, pero no porque dijera grandes cosas, sino porque no dijo ninguna que pudieran usar en su contra. Y eso, en la política española, es casi un milagro.


J.T.

jueves, 30 de octubre de 2025

Paiporta, un año después


Un año después de aquella tarde en la que el barranco del Poyo decidió arrasar vidas, hogares y certezas, el municipio de Paiporta vive entre el recuerdo y la reconstrucción. No tienes que buscar mucho cuando paseas por sus calles, en cualquier esquina te encuentras con alguien que, apenas comienzas a hablar con él, tiene una historia potente que contar.


No todos están aún en condiciones de hablar de aquellos días sin un nudo en la garganta cuando recuerdan cómo se pusieron a salvo, quién les ayudó, a quiénes ayudaron, a quiénes no tuvieron manera de ayudarles. Casi cincuenta paiportinos perdieron la vida la noche del 29 de octubre de 2024 cuando todas las calles del pueblo quedaron anegadas, los garajes invadidos por el lodo y muchas casas sin puerta ni muebles. Parecía que la tierra nos tragaba, me cuenta Miguel, un jubilado que vive solo y a cuya casa no ha podido volver hasta hace un mes. Aquel día lo perdió casi todo: el sofá donde se sentaba, los álbumes de la familia, los juguetes de su nietos… Con los seis mil euros del gobierno no me ha llegada casi para nada, me dice, menos mal que tenía seguro y que estos meses he podido pasarlos entre las casas de mis hijos. 


Que nos tragaba la tierra, sí, me dice también Néstor, profesor de música que vivía en un primer piso a doscientos metros de la rambla y a cuya casa entró el agua arrasando con todo, incluido el piano de cola con el que impartía sus clases. Lo ha recuperado sin poder quitarle el barro del todo y asisto a un concierto que ofrece en el museo de la rajolería con otro compañero: al piano accidentado le acompañan los sintetizadores y otro piano, y con los tres instrumentos desarrollan durante 35 minutos una pieza compuesta por él cuyos sonidos recrean los de la noche de la tragedia. Sobrecogedor. 


Las máquinas siguen escarbando tras el barro y camiones y operarios continúan trabajando para reconstruir los puentes y pasarelas que quedaron destrozadas o desaparecieron, como el que aquella noche fatídica vimos derrumbarse y desaparecer como si se tratara de piezas de un juego de arquitectura. Unas imágenes que alguien grabó con su teléfono móvil, que saltaron de las redes a las teles y que siguen en nuestra memoria.


Enorme la huella que existe de todo lo que ocurrido. Cuando paseas ahora por Paiporta, percibes el esfuerzo suplementario que han de hacer sus casi treinta mil vecinos para recuperar una vida cotidiana normal. Centenares de velas encendidas y extendidas por las zonas donde ocurrió lo peor rinden homenaje a aquellos paisanos que ya no están y al sufrimiento de todos. 


La vida vuelve, pero con parches. Las arenas de los patios han sido retiradas, pero muchos bajos aún no tienen ascensor reparado; los comercios han abierto en su mayoría, pero algunos afectados siguen sin haber conseguido las ayudas prometidas. El Ayuntamiento ha publicado resoluciones de concesión directa de ayudas a los domicilios afectados, pero el proceso sigue tranquilo, lento y cargado de trámites. 


Los vecinos saben que no basta con recoger los escombros ni cambiar puertas. Es necesario que cada mirada, cada paso al caminar por la pasarela del puente del metro, cada gota de lluvia ligera no provoque el sobresalto del “y si vuelve”. Se trata de recuperar la seguridad, la rutina, la confianza porque Paiporta sigue herida. Hay cientos, quizá miles de historias de pérdidas, pero se han tejido redes de apoyo que siguen ahí. 


En esta historia no hay final aún. Hay capítulos. Capítulos de niños que están estrenando escuela nueva, de comercios que han reabierto, de festivales de Halloween para “recuperar la ilusión”. 

J.T.

miércoles, 29 de octubre de 2025

Trabajadores de las televisiones públicas de Andalucía y Valencia piden perdón



Lo peor no es la manipulación. Lo peor es el silencio. Ha pasado en Andalucía y ha pasado en Valencia. Dos gobiernos del PP, dos televisiones públicas al servicio del poder, dos ejemplos de la misma miseria informativa. Canal Sur, en modo apagón, decidió esconder durante 72 horas y 19 minutos un escándalo sanitario que afecta a miles de mujeres a las que el sistema dejó sin diagnóstico de cáncer. À Punt prefirió emitir una prehistórica corrida de toros protagonizada por el ultraderechista Vicente Barrera en lugar de informar en directo de la manifestación masiva contra Carlos Mazón. 


En Canal Sur dejaron pasaron tres días largos antes de informar de los cribados de mama. Tres días largos de silencio absoluto mientras la Junta de Moreno Bonilla vendía un “plan de choque” que tuvo cinco veces más cobertura que las protestas de las mujeres afectadas. No fue torpeza, fue cálculo. Eso no es un error, es censura planificada. Esta vez, los trabajadores andaluces han reaccionado, han pedido perdón a las mujeres ignoradas, a las familias engañadas, a los espectadores tratados como idiotas. En su carta, reconocen lo obvio: que la televisión pública de la Comunidad no ha estado a la altura, que se han violado todos los principios de actualidad, relevancia e imparcialidad. Y que lo que se ha servido a los espectadores no es información, sino propaganda con cabecera institucional.

Lo de À Punt fue también incalificable. Mientras los valencianos salían a la calle a gritar “Mazón dimissió”, la televisión pública de la autonomía decidió que la prioridad era un festejo taurino grabado hace años, protagonizado por quien llegó a ser el número dos del Gobierno valenciano. Un homenaje televisivo a la nostalgia autoritaria, mientras las víctimas de la dana pedían justicia en las calles. Una redacción avergonzada, sindicatos indignados y una plantilla que ya no puede más han exigido dimisiones en bloque por “censura informativa” y “daño reputacional”. 


Canal Sur protege al PP de Moreno. À Punt blanquea al PP y a Vox de Mazón. Distintos despachos, mismos métodos. Se dosifica la información y se manipula como si no hubiera un mañana. Se expulsa del directo todo lo que molesta, se sustituyen las preguntas por notas de prensa y se decora la censura con palabras como “criterio editorial”. 


Por suerte, aún queda gente que no traga. Trabajadores que se disculpan, que firman manifiestos, que se plantan. En Andalucía, los que recuerdan que sin rigor, sin relevancia y sin imparcialidad no hay periodismo posible. En València, los que gritan #LaPlantilladÀPnoCalla, sabiendo que se la juegan al hacerlo. 


Televisiones que convierten una denuncia de mujeres enfermas en un tema de relleno, o una manifestación masiva en un “avance informativo”, dejan de servir al ciudadano. Canal Sur y À Punt son la prueba de que, donde gobierna el PP (y su versión ultraderechista asociada), el periodismo se degrada sin remedio. Cada vez más redactores temen más a su director que a equivocarse. Y cada vez más ciudadanos cambian de canal o apagan la tele cabreados y desalentados. 


El periodismo no puede permitirse ese lujo. O sirve al ciudadano, o no sirve para nada. ¿Cuál será la vergüenza de mañana? Porque las protestas de los trabajadores pasarán, pero la desvergüenza de los gobernantes… esa no pasa, se enquista. Hasta que ya no quede nada que silenciar, porque ya no quede nadie escuchando.

J.T.

martes, 28 de octubre de 2025

La dana y la importancia del periodismo de proximidad


De izquierda a derecha Gonzalo Bosch, Patricia Salvador, Pascual Claramunt y Natalia Alaminos


En aquellos días horribles de finales de octubre del año pasado, el periodismo de proximidad demostró más que nunca su utilidad porque reflejó la realidad valenciana mucho mejor que los medios nacionales. Lo cuenta Luis Urios en un reportaje que publica este martes el diario "Las Provincias”. Cuatro jóvenes profesionales valencianos conversan sobre las grandezas y las miserias del oficio y todos coinciden: la cobertura informativa de la dana ha sido, hasta hoy, la experiencia profesional más intensa que han vivido en sus vidas. 


Se llaman Pascual Claramonte (jefe de Redacción en COPE Comunidad Valenciana), Patricia Salvador (redactora freelance y creadora de contenido que ha pasado por EFE, varios medios internacionales y actualmente trabaja para Spanish Revolution), Natalia Alaminos (redactora web y experta SEO en À Punt) y Gonzalo Bosch (redactor de la sección Local de Las Provincias). 


Tener la oportunidad de contar día a día un asunto de aquel calibre, con historias a cual más potente en cada esquina, fue una experiencia que, vista con la perspectiva del año transcurrido, agradecen haber vivido porque se sintieron más útiles que nunca y pudieron comprobar la trascendencia que puede llegar a tener su trabajo. Un trabajo que en principio parece sencillo: id allá, mirad, preguntad, escuchad, tomad notas de todo y a continuación escribidlo, contadlo lo mejor que sepáis. Estas fueron, en resumen, las instrucciones que recibieron de sus jefes, y eso hicieron. Sin dejarse contaminar por la crispación madrileña, ni por los listillos de turno que aterrizaban en Paiporta, Catarroja o Picanya para envenenar el ambiente y desviar el foco. 


Ellos se ciñeron a las instrucciones de sus jefes y ahí están sus crónicas, sus notas, sus impresiones, los testimonios de las personas a las que entrevistaban y que le contaban su dolor al desnudo, impotentes y desconsolados. Fueron unas crónicas colosales de periodismo en estado puro que ahí están en las hemerotecas, para quienes las quieran consultar: en el diario Levante, en Las Provincias… en los digitales valencianos, nada que ver con la instrumentalización torticera de la mayor parte de los medios nacionales, con programas televisivos que violentaron el luto micrófono en mano haciendo preguntas amarillas sin consideración alguna por el dolor y la tragedia de quienesse habñian quedado sin nada y en muchos casos habían perdido incluso a uno o varios de sus seres queridos.


Estos días, pasado ya todo un año, cuando por fin están pudiendo volver a sus casa muchos de ellos, cuando aún se continúan reconstruyendo los puentes en el barranco del Poyo, estos cuatro periodistas recuerdan cómo “cubrir la dana ha sido lo más importante a nivel periodístico que han hecho hasta la fecha. Bosch recuerda la visita a Paiporta de Mazón, el Rey y Sánchez; a Pascual, la dana le coincidió con su nombramiento como jefe de redacción, Natalia lo vivió de manera intensa y Patricia cuenta cómo se le quedó grabado "el olor" de las calles de los pueblos afectados.


Y los bulos. ¡Cuántos bulos corrieron durante aquellos días, cuántos vídeos de otras inundaciones, de otras tragedias remotas que se hacían pasar por lo que estaba ocurriendo en Valencia. Aquella vergüenza del parking de Bonaire donde, durante semanas, mucha gente pensó que allí abajo había cientos de cadáveres.  Gonzalo cuenta que, muchos de aquellos días, su trabajo se basó no solo en escribir, sino también en bucear y bucear para desmentir tanta desinformación.  


“La dana, remata Luis Urios,  fue el mayor reto de sus carreras, y todavía ahora la recuerdan con gestos torcidos. Sin embargo, sacan pecho, porque, en contra del discurso que hoy en día impera, el periodismo local se mostró como algo necesario e indispensable para arrojar luz sobre aquella tragedia”. 

J.T. 

lunes, 27 de octubre de 2025

A ver qué le cuenta Maribel Villaplana a la jueza de Catarroja


El episodio de Maribel Vilaplana y Carlos Mazón durante las horas más dramáticas de la dana del 29 de octubre de 2024 pone sobre la mesa un viejo debate, el del periodista que olvida que su oficio no es confraternizar con el poder sino fiscalizarlo. Una periodista comiendo con el presidente mientras media Valencia se inundaba; él desaparecido de los puestos de mando, ella callada durante casi un año. Y diez meses largos después, un comunicado medido, casi quirúrgico, intentando salvar los muebles más que aclarar los hechos. Ahora que ha sido citada a declarar, a ver qué le cuenta Vilaplana a la jueza Nuria Ruiz Tobarra el próximo lunes 3 de noviembre en Catarroja.


Cuando el pasado 5 de septiembre hizo pública su carta, Vilaplana confirmó lo que muchos ya intuían: que el silencio de un periodista, cuando coincide con la comodidad del poder, huele a algo más que discreción. Que se sintió “víctima de una campaña de falsedades”, explicó, y puede que tenga razón. Pero seguro que no se le escapa, porque es buena profesional, que cuando un periodista actúa como lo hizo ella, la verdadera víctima acaba siendo la credibilidad del oficio.


El poder siempre quiere periodistas dóciles, previsibles, agradecidos, que sonrían, que no repregunten, pero los profesionales que pelean por preservar la dignidad de este trabajo saben que nuestra obligación es vigilar, molestar y contar lo que quien manda no quiere que se sepa. No se trata de crucificar a Vilaplana ni de hacer leña del árbol caído, mucho menos de meternos en su vida privada, pero sí de preguntarnos qué demonios nos está pasando como oficio para que ocurran estas cosas. 


Un periodismo que se confunde con la élite a la que debería vigilar deja de ser periodismo para convertirse en relaciones públicas. Los viejos maestros lo tenían claro: de la independencia no hay que jactarse, hay que ejercerla. Se demuestra con las preguntas incómodas, con la ausencia en los banquetes, con la negativa a compartir confidencias fuera de los cauces públicos. La independencia, como la dignidad, solo sirve si se mantiene cuando resulta incómoda. Lo otro es marketing.


El problema no es que una periodista se siente a comer con un político. El problema es cuándo, por qué y qué hace después. Y aquí, el después ha sido un silencio que duele. No por lo que oculta, sino por lo que insinúa. El buen periodismo no se hace entre copas ni cafés. Se hace con botas de agua, con libreta y con dudas. Y sobre todo, con distancia. La distancia es lo único que protege la mirada. Sin distancia, la pluma se ablanda, la voz se modula y el silencio se vuelve rentable… para el poder.


El periodismo que no incomoda, que no molesta, que se justifica diciendo “yo solo hacía mi trabajo” mientras quien manda te acaricia el hombro no sirve. Y si algo enseña este caso es que los silencios prolongados, los comunicados calculados y las relaciones ambiguas entre periodistas y políticos acaban siendo veneno puro para la democracia. Como decía más arriba, a ver lo que le cuenta Maribel Vilaplana a la jueza el próximo 3 de noviembre. 


J.T.

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Por qué TVE pone de los nervios a las derechas



Si algo refleja la magnitud de los ataques que TVE viene sufriendo de un tiempo a esta parte es que, aquello que se cuenta en la tele, tiene más repercusión de lo que parece. Si ya no la viera nadie, como hay quien se empeña en afirmar, ¿a qué se deben entonces los furibundos ataques contra la televisión pública del Estado desde que sus índices de audiencia amenazan con disputar el liderazgo a la hasta ahora inexpugnable Antena 3TV?


Por primera vez en mucho tiempo, la programación de TVE amenaza la zona de confort en que se encontraba instalado el duopolio formado por Atresmedia y Mediaset, los dos conglomerados audiovisuales que absorben el ochenta y cinco por ciento de los ingresos publicitarios en el sector. Un duopolio que lleva más de siete años actuando como descarado portavoz de los intereses de las derechas y cuyas cabezas más visibles atizan sin misericordia al gobierno de coalición en cuatro teles, decenas de emisoras de radio y diversas cabeceras de prensa en papel y digital.


Esta dos empresas han sido el principal vehículo de transmisión del lawfare, esa infame práctica consistente en que cuando cualquier entidad ultra coloca en un juzgado una demanda endeble y falaz, acto seguido un juez abre sumario con cuatro recortes y, a partir de ahí, ya tenemos una noticia de cuyo hilo tirar hasta el infinito para someter a pena de telediario a cualquier miembro del gobierno o a su familia. Merced a la eficacia que posee repetir una mentira mil veces, llevamos desde 2018 en un bucle infernal del que, hasta hace unos meses, también participaban los informativos de Televisión Española.


Aún no hace un año que los nuevos responsables de la televisión pública del Estado decidieron apostar por atajar los bulos, no consentir las mentiras ni tampoco dar pábulo al lawfare. Desde entonces a los políticos no se les pone ya el micrófono para que coloquen sus mensajes sin más, sino que se les replica o puntualiza cuando sueltan disparates, algunos incluso de marcado carácter inconstitucional. Desde hace unos meses ya no se difunden apologías del racismo, la violencia de género o el golpismo en la televisión pública.


A medida que se corre la voz de lo que sucede, el espectador sintoniza su frecuencia y permanece en ella al descubrir que, por fin, desde la pantalla se cuentan las cosas como él estaba deseando escucharlas, que desde los programas de la pública se respeta su inteligencia y se le proporcionan datos y argumentos para que sea él quien extraiga sus propias conclusiones. Encuentran en la tv pública del Estado lo que siempre han echado de menos en autonómicas como Telemadrid, Canal Sur o TVG y en las privadas que controlan Atresmedia o Mediaset. 


Había un plan por parte de las derechas para reforzar en TVE esos mismos mensajes políticos y facilitar así  la llegada de la derecha al poder mintiendo como bellacos mañana, tarde y noche. Y ese plan, mire usted por dónde, de pronto se ha visto interrumpido cuando sus actuales responsables han decidido devolverle al medio la dignidad y su carácter de servicio público. La clave está siendo apostar por programas de actualidad pegados a lo que sucede en la calle con mesas de opinión donde se analiza y se discrepa, pero en las que el filogolpismo no tiene cabida.


Esto se está haciendo como complemento de unos servicios informativos por fin algo más equilibrados, a pesar de la resistencia interna a los cambios que continúa existiendo en buena parte de la redacción de los telediarios. A pesar también de la beligerancia con la dirección de la tele que practica un moribundo Consejo de Informativos creado en su día para preservar la independencia y que en estos momentos actúa como claro defensor de los intereses políticos de las derechas. ¿Lo entienden ustedes? Yo, tampoco.


Tanto la dirección como las caras visibles de los principales programas están siendo víctimas de todo tipo de acosos y ataques: investigaciones fiscales, amenazas, persecuciones por la calle micrófono en mano de activistas ultras que pretenden pasar por compañeros de oficio… Desde despachos de altos vuelos les hacen llegar mensajes directos sin cortarse un pelo: vosotros sabréis dónde vais a encontrar trabajo cuando os echemos de aquí. Juegan con el miedo al paro que existe en el oficio periodístico y lo hacen porque tras años ejerciendo este tipo de prácticas mafiosas, saben que son muchos los que acaban cediendo ante la presión. Dejarse comprar es mucho más cómodo que defender tus principios y la condición humana es la que es.


La guerra contra la nueva programación de Televisión Española es un

acontecimiento político de primera magnitud. Ese ochenta y cinco por ciento de ingresos que maneja el duopolio audiovisual y esos tentáculos involucionistas que se extienden por instituciones del Estado claves para su funcionamiento como la justicia y las fuerzas de seguridad, no quieren una televisión pública libre y plural. De ahí mi reconocimiento a quienes la están defendiendo. 


A la amenaza ultra había que plantarle cara y en eso TVE tenía que ejercer su responsabilidad para contribuir a sanar la democracia, para “gripar la motosierra”. Por fin se está haciendo y por eso felicito a quienes están poniendo la cara y el cuerpo entero para conseguirlo.


J.T.

domingo, 26 de octubre de 2025

Trump contra el mundo



Las salidas de tono de Donald Trump contra España son pecata minuta al lado de las insidias y amenazas que dedica a países como Canadá, Dinamarca, México, Venezuela o Colombia por no hablar de sus erráticas relaciones con China y Rusia. O de las desconsideraciones con Ucrania, el pisoteo a Palestina o la humillación pública all primer ministro de Israel obligándole a llamar a Qatar para pedir perdón por bombardear un edificio de Doha donde había una delegación palestina. Matonismo estajanovista. 


No es una casualidad que Estados Unidos, en esta nefasta era Trump, encienda fuegos diplomáticos por todos lados. No es un error de cálculo, es un diseño consciente. Porque este sicópata de pelo naranja ha decidido que el mundo no ha de ser será un club de aliados tranquilos sino un tablero de ajedrez en el que él mueve ficha, sin pedir permiso y sin consultar casi a nadie.


¿Por qué lo hace? En primer lugar, los expertos explican que este peculiar dueño del mundo que nos ha tocado en suerte entiende la política exterior como empresa y espectáculo. Los estudios de análisis de rasgos de liderazgo señalan que Trump actúa desde una mezcla de nacionalismo, egocentrismo y pragmatismo sin filtro. No es solo “America First” como eslogan, es “América antes que la norma, la alianza o la institución”.


Segundo, entiende los tratados, las alianzas y los consensos multilaterales como lastre y por eso los está derribando, como derriba el ala oeste de la Casa Blanca. Le da la gana, punto. Puede y quiere, para chulo, él. Ese es el nivel. En consecuencia, con esta manera de entender la política global, el orden internacional basado en las reglas con las que se construyó tras 1945, y que todos admitían, ha saltado por los aires. Frente a los líderes que apuestan por el diálogo, y lo practican, Trump nos despierta cada día con un nuevo despropósito: amenaza con arrebatar territorios, rompe compromisos, acusa a aliados y halaga dictadores. ¿Dinamarca? ¿Canadá? Amenazados. ¿México? Tarifa tras tarifa. ¿China? Guerra comercial. ¿Venezuela y Colombia? Presión, diplomacia coercitiva. ¿Palestina? Nuevas reglas, poco proceso.


La tercera razón por la que Trump actúa así es porque frente a una audiencia doméstica que siente abandono, desindustrialización y falta de influencia, les vende el discurso de “Yo peleo por vosotros (americanos) ante el mundo”. Y entonces cada puerto, cada tratado, cada país vecino es un potencial adversario. Eso quiere decir que su política exterior no es tanto diplomática como competitiva. 


Así las cosas, ¿qué podemos esperar en el futuro inmediato?


Hay que tener en cuenta que la credibilidad de EE.UU. como aliado se debilita a medida que transcurren los días. Los países que creían en Washington como baluarte comienzan a mirar otro lado. China y Rusia aprovechan el vacío, buscan mayor influencia regional. En Latinoamérica, Oriente Medio, Asia, los actores locales no esperan a Estados Unidos: actúan.


La nueva “doctrina Trump” pone el foco en lo que se obtiene, no en lo que se construye. A los aliados: o paga o adiós; a los adversarios: amenaza o sanción. 

Con este panorama, la legitimidad de instituciones internacionales se resiente, y eso significa que si EE.UU. rompe las reglas con facilidad, otros acabarán siguiendo sus pasos, con lo que el riesgo es que la cooperación global para crisis como el cambio climático, pandemias o migración se debilitará aún más. Veremos tensiones en varias direcciones: Canadá y Dinamarca agitan por posible anexión o presión; México y Colombia bajo amenaza tarifaria o migratoria; China en pleno choque comercial y estratégico. 


Se acabaron las certezas. El aliado de ayer puede ser el blanco de mañana. Los marcos de cooperación se redefinen. El libre comercio, la defensa colectiva, los valores democráticos quedan en entredicho. Y eso afecta directamente a la capacidad de los países más pequeños para maniobrar.


En definitiva, estamos ante una nueva era geopolítica que se dibuja así: Estados Unidos pelea por su propio espacio, pero no desde la cooperación, sino desde la confrontación. Y cuando el gran capo actúa así, el equilibrio internacional se tambalea. 


Volvemos  al principio: no es casualidad que Canadá reciba un misil verbal, que China sea amenazada con una subida de tarifas o que Colombia se quede sin apoyo. No lo es, es estrategia frente a la que todos tendremos que decidir si respondemos con alianzas renovadas o nos resignamos a aceptar que América ya no juega en equipo, sino en solitario. No es para nada una buena noticia.


J.T.


sábado, 25 de octubre de 2025

Discurso provocación en los premios Princesa de Asturias

Byung-Chul Han: premio Princesa de Comunicación y Humanidades 2025


“La ilimitada libertad individual que nos propone el neoliberalismo no es más que una ilusión. 


Aunque hoy creamos ser más libres que nunca, la realidad es que vivimos en un régimen despótico neoliberal que explota la libertad. 


Ya no vivimos en una sociedad disciplinaria, donde todo se regula mediante prohibiciones y mandatos, sino en una sociedad del rendimiento, que supuestamente es libre y donde lo que cuenta, presuntamente, son las capacidades. 


Sin embargo, la sensación de libertad que generan esas capacidades ilimitadas es solo provisional y pronto se convierte en una opresión, que, de hecho, es más coercitiva que el imperativo del deber. 


Uno se imagina que es libre, pero, en realidad, lo que hace es explotarse a sí mismo voluntariamente y con entusiasmo, hasta colapsar.


Con esta contundencia se expresó ayer viernes 24 de octubre en Oviedo el filósofo coreano Byung‑Chul Han, 66  años, durante su discurso de agradecimiento por haber sido galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025. En ese entorno solemne y relamido, Han se permitió decir lo que muchos formalismos evitan: que vivimos en una libertad que no es libertad, en una democracia que tiene cuerpo institucional pero alma vacía, y en una tecnología que no nos sirve.


Que un filósofo –y no un político– reclame que la democracia tenga “moeurs” (virtudes ciudadanas como el civismo, la responsabilidad, la confianza, la amistad y el respeto) es un hachazo en la línea de flotación de la corrección política. Que advierta que el individuo liberal se convierte en su propio verdugo es una invitación a que nos planteemos seriamente qué demonios estamos haciendo con nuestras vidas. 


El filósofo coreano habló de autoexplotación, del smartphone que nos usa, de la ilusión de libertad y de la tecnocracia que ahoga la conciencia. “No es que el smartphone sea nuestro producto, sino que nosotros somos productos suyos, afirmó. Muchas veces sucede que el ser humano acaba convertido en esclavo de su propia creación” 


No todo fue apocalíptico: su convencimiento de que el sistema colapsará es también un recordatorio de que nada es inamovible, que los muros institucionales se agrietan cuando nosotros dejamos de mirar hacia otro lado. El discurso de Han no fue solo para académicos. Estaba dirigido al conductor que mira su móvil mientras trabaja, a la influencer que despliega su vida sin pudor o al medio que mide “likes” en lugar de impacto social. 


“El neoliberalismo, afirmó, ha creado una gran cantidad de perdedores. La brecha social entre ricos y pobres se sigue agrandando cada vez más. El miedo a hundirse socialmente afecta ya a la clase media. Precisamente estos temores son los que lanzan a la gente a los brazos de autócratas y populistas”.


No se olvidó de las redes sociales ni de la Inteligencia Artificial: “Las redes sociales, dijo, podrían haber sido un medio para el amor y la amistad, pero lo que predomina en ellas es el odio, los bulos y la agresividad. No nos socializan, sino que nos aíslan, nos vuelven agresivos y nos roban la empatía”.


Y en cuanto a la Inteligencia Artificial, recordó que “puede ser empleada para manejar, controlar y manipular a las personas. Por eso, la tarea acuciante de la política sería controlar y regular el desarrollo tecnológico de manera soberana, en lugar de simplemente seguirle el paso. La tecnología sin control político, la técnica sin ética, puede adoptar una forma monstruosa y esclavizar a las personas”.


En definitiva: Byung-Chul Han nos regaló una palabra incómoda en una gala cómoda. “El primer paso para resistir, proclamó, no es gritar más alto, sino pensar diferente".


J.T.