Si el éxito de una película estuviera asegurado antes de su estreno, el cine lo harían los bancos. Nadie supo predecir triunfos tan rotundos como Casablanca o El Padrino, por ejemplo, y puede que algo parecido esté sucediendo con el programa de David Broncano, el revulsivo de mayor impacto en muchos años vivido en el mundo de la televisión de nuestro país. Si la empresa que produce “La Revuelta” hubiera sido capaz de predecir lo que iba a suceder, seguro que habría pedido bastante más dinero antes de cerrar un contrato cuya firma se llevó por delante al director de contenidos y a la presidenta de rtve. Un 9 ó un 10 por ciento de audiencia media habría sido considerado un dato excelente por los directivos supervivientes, que aún no salen de su asombro mientras estudian cómo gestionar tamaño pelotazo.
Incluso a día de hoy, cuando ya han pasado tres semanas desde su estreno, sé de expertos que sostienen que se trata de una burbuja, de un globo que pinchará más pronto que tarde. También conozco avezados críticos a quienes cuesta digerir la sorpresa y continúan sin entender que una oferta que rompe con la ortodoxia de los programas del género, que transgrede el abc de la mayoría de los códigos del entretenimiento se haya cargado en un plis plas a uno de los programas de la competencia y tenga en un sinvivir al que ningún otro, durante dieciocho años, ha sido capaz de disputarle la hegemonía en su franja horaria.
Lo mejor de todo esto es el descoloque de las derechas y sus palmeros mediáticos ante el fenómeno, incapaces de meterle mano a pesar de intentarlo desde todos los ángulos posibles. Cada día mueren en el intento mientras aguardan el primer desliz, el primer traspiés, con el cuchillo entre los dientes. Sostiene mi amiga Pilar Eyre que lo de Broncano, más que hacer televisión es crear ambiente, y puede que esta sea la clave de lo que está sucediendo porque el ambiente es vida, naturalidad, es la atmósfera donde nos reconocemos con nuestras imperfecciones, nuestras veleidades transgresoras y nuestras ganas, o nuestra necesidad, de reírnos de todo empezando por nosotros mismos.
Así lo hacían ya Broncano y compañía en su anterior etapa y así lo continúan haciendo ahora en la televisión pública sin haber retocado apenas ninguno de los ingredientes que hicieron popular el formato. Ya se burlaban de todo lo que siguen burlándose, ya hablaban de todo lo que hablan ahora. Y eso significa que un día exhibes y mantienes la bandera gitana en la mesa del presentador, que otro te lanzan al escenario una camiseta donde se defiende la educación pública y el actor al que estás entrevistando en ese momento va y la enseña, que otro una espectadora habla del pasado estudiantil de la reina Letizia contando que bebía, era de izquierdas y no quería casarse…
Eso significa también que dejas clara tu apuesta por combatir el machismo, el racismo y la visibilidad de los cuerpos no normativos, que cuando tienes que decir que la vivienda o la sanidad son el problema más importante que tenemos lo dices, que darle voz a personas anónimas es instructivo y elocuente y que se puede mantener el interés sin necesidad de recurrir a nombres o caras conocidas ¿Es esto hacer política? No veo dónde está el problema en el caso de que lo fuera. ¿Hacen acaso menos política aquellos medios, aquellos programas, aquellos presentadores y presentadoras que acusan a “La Revuelta” de hacer política?
Como decía más arriba, Broncano y su equipo se dedican a hacer lo mismo que llevan haciendo desde hace años, “no sabemos hacer otra cosa”, sostienen en sus cuentas de redes sociales. Aunque puede que exista algo que sí haya cambiado, según resumía el jueves pasado Jorge Ponce con la retranca que le caracteriza: “Ahora mi mente es pública, universal y gratuita -decía quien resulta ser uno de los codirectores del programa- ahora mis pensamientos, mis deseos y mis anhelos son públicos, incluso la información de mi teléfono es pública”. No se me ocurre mejor resumen cáustico como réplica a tanto defensor de la crispación, a tanto manipulador, a tantos demagogos y demagogas como andan por los periódicos, las radios y las teles destilando bilis y vendiendo odio.
Es higiénico que “La Revuelta” se emita en la televisión pública, como lo es el estreno de “Las abogadas”, serie que recuerda la vida de cuatro jóvenes letradas, compañeras de los abogados asesinados el año 1977 por la ultraderecha en un despacho de la calle Atocha; como lo es también la labor de Silvia Intxaurrondo en el programa matinal. Ahora solo falta que la información nacional de los telediarios esté por fin elaborada con la misma competencia profesional que la de sus compañeros de Internacional, donde estos días complicados para las relaciones entre España y México destaca el trabajo de José Antonio Guardiola, corresponsal en aquel país.
J.T.
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