Cuando piensas que las cosas van bien, seguro que algo se te está pasando por alto. Durante la semana recién acabada me vi echando mano de este conocido aforismo cada vez que se producía una teórica buena noticia. En el ámbito internacional las municipales italianas han supuesto un esperanzador traspiés para el fascismo, cuya lideresa ha sido también ninguneada en Europa; una buena mañana nos despertamos viendo a Julian Assange subiendo a un avión camino de la libertad…
En lo que concierne a nuestro día a día, la economía crece el 0,8 por ciento, la inflación baja dos décimas, el Tribunal Constitucional da el visto bueno a la reforma de la ley del aborto, lo que significa que las jóvenes de 16 y 17 años pueden interrumpir el embarazo sin necesidad de contar con el consentimiento paterno; la pareja de Ayuso no consigue negociar con la jueza como tenía previsto, la ley de amnistía comienza a aplicarse y ya hay casi veinte personas beneficiadas…
Pero ya se sabe, la alegría en la casa del pobre siempre suele ser relativa y más bien escasa, así que ahí está por ejemplo, de nuevo resucitada, la persecución judicial contra Mónica Oltra, muestra inequívoca de la vigencia e impunidad del lawfare; ahí andan VOX y el PP ensuciando las celebraciones del Orgullo o torpedeando el reparto de menores inmigrantes entre las comunidades autónomas…
Y mire usted por dónde, en medio de todo esto, tachán, tachán, Bolaños y González Pons se van a Bruselas, se estrechan las manos y firman la renovación del Consejo del Poder Judicial con gran pompa y alborozo, supervisión de la Comisión Europea mediante. Cinco años y medio largos para parir un ratón, un pacto que en las primeras horas hizo lanzar las campanas al vuelo a ingenuos y mentes biempesantes pero que, a medida que transcurren los días, la mayoría empieza a ver que, como decíamos al principio, no es que las cosas vayan bien, sino que algo se les debió pasar por alto.
El martes pasado en Bruselas se cerró un ciclo político en España. Para alegría de los amantes del bipartidismo, este vuelve por todo lo alto tras el paréntesis que se inició con la moción de censura que en 2018 descabalgó a Mariano Rajoy del poder. Por mucho que lo acosen, por mucho que se metan con su familia, por mucho que lo insulten, parece que el presidente Sánchez no está dispuesto a abandonar sus veleidades contemporizadoras. Ha mareado la perdiz un tiempo haciéndonos creer que la mayoría progresista que lo invistió podía hacer frente a la derecha, pero finalmente ha acabado rindiéndose a ella con armas y bagajes. Eso sí, tras cinco largos días de reflexión. El “punto y aparte” era esto.
Cuando veo a Aznar contento, a Cayetana sacar pecho, a Ayuso contemporizando y exultantes a los palmeros mediáticos de las derechas, no puedo menos que sentirme estafado. Niegan los socialistas que el pacto para reformar el CGPJ sea una bajada de pantalones y puede que lleven razón, porque más bien parece una rendición en toda regla. Una concesión para la que ni siquiera han tenido en cuenta a sus socios de coalición, cuyas declaraciones confusas y contradictorias dejan en evidencia hasta qué punto son ya una mera comparsa en el gobierno, un cero a la izquierda.
El carácter diverso y multilingüe de nuestro país y la riqueza de su pluralidad quedan relegados con esta decisión, la primera de otras muchas que sin duda vendrán después y cuyos muñidores han venido a calificar “pactos de Estado” como si el resto de formaciones políticas que conforman la cámara no representaran también al Estado. Él sabrá lo que hace, pero las veleidades equilibristas de Pedro Sánchez le sitúan desde la semana pasada en un alambre cada día más magullado. No se puede sobrevivir siempre a base de poner velas un día a dios y otro al diablo.
Es cierto que para la mayoría que sostiene al gobierno pesa mucho la amenaza de la llegada de la ultraderecha al poder. Pero eso no puede funcionar como coartada permanente. Tras el pacto de Bruselas, la sesión parlamentaria del día siguiente transmitió la misma impresión que una representación teatral donde hasta los exabruptos parecían previamente ensayados.
En el pacto no hay medidas que impidan un nuevo bloqueo como el de los últimos cinco años y medio. Todas las decisiones que tome el Consejo General del Poder Judicial, entre ellas el nombramiento de los jueces del Tribunal Supremo, se tienen que hacer a partir de ahora por una mayoría de tres quintos de sus miembros. Traducción: el PP tendrá poder de veto. Por no hablar del peso que van a tener estos jueces en la reforma del sistema de renovación, algo que condiciona y recorta las competencias del poder legislativo.
Conclusión: es un acuerdo que desnuda, como cuando estuvo a punto de pactar con Albert Rivera, la propensión de Pedro Sánchez a escorar hacia la derecha. Semana pues de buenas noticias, pero no tanto.
J.T.
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