sábado, 1 de noviembre de 2025

Mazón, el hombre sin alma

Hay algo profundamente perturbador en la manera como Carlos Mazón está gestionando su final político. Perturbador no ya por el desastre en sí, sino por la frialdad con la que afronta la tragedia. La dana arrasó la Comunidad Valenciana y dejó más de doscientos muertos, pero el todavía presidente parece vivir en una dimensión paralela.


Verlo comparecer aún ante los medios serio, ensayado, con la compostura impostada del que intenta aparentar control, produce una sensación de irrealidad. No hay empatía, ni siquiera atisbos de humanidad sincera. Habla como quien dicta una nota de prensa, no como quien ha visto su territorio inundarse de muerte. Cada palabra que pronuncia parece calibrada para sobrevivir políticamente, no para consolar ni para asumir nada.


Los sicólogos lo llamarían “desconexión emocional”; en política, se llama cobardía. Mazón no fue capaz de mirar de frente a las víctimas, su prioridad no ha sido ni un solo día el sufrimiento de las familias sino el cálculo de daños. Quienes lo conocen dicen que siempre ha sido un hombre de despacho, obsesionado con la imagen, incapaz de improvisar una emoción que no esté prevista en el guion. Ese es su drama, que hasta para mostrar compasión necesita ensayar. 


Lo vimos bien en el funeral de Estado, donde su rigidez contrastaba con el dolor de las familias. Los gritos de “asesino”, “cobarde”, “vete a la jueza” no nacen del odio irracional, sino de la desesperación. Las víctimas se sienten abandonadas, ignoradas, despreciadas por quien más tenía que haber estado al pie del cañón, preocupándose por su dolor y solo se ha dedicado a mentir y lanzar balones fuera intentando buscar responsables fuera de su ámbito de competencias.


En la cabeza de Carlos Mazón, seguramente todo se reduce a “una crisis que hay que gestionar”. Y esa es precisamente una de las principales razones por las que no debe continuar ni un día más. Un dirigente que no empatiza con su pueblo no es un líder, es un obstáculo. Mazón lo ha sido desde el minuto uno, desde aquella tarde noche en la que aún no sabemos dónde estuvo ni qué hacía mientras las alertas se multiplicaban y el número de víctimas iba aumentando. 


Cada día que pasa sin dimitir agranda la herida colectiva. Las víctimas sienten que su dolor no importa, que la política ha decidido pasar página sin ellas. Esa sensación de desamparo es devastadora. Ver a Mazón un año después aferrado al sillón, parapetado en el silencio, en la soberbia, en la idea de que “si aguanto, se olvidará”, es una escena indecente. 


Cada día que pasa sin que se marche aumenta la rabia y el desprecio. Su falta de humanidad, su incapacidad para pedir perdón lo retratan mejor que cualquier informe judicial. No estamos ante un villano, estamos ante algo más triste: un hombre vacío. 


J.T.